20. Pasan el nuevo invierno y en una fotografía descubren un lago
Las cosas pasaron como había previsto Pencroff, porque sus presentimientos no podían engañarlo. El viento refrescó y de brisa pasó a estado de vendaval, es decir, que adquirió una celeridad de 40 a 45 millas por hora, viento con el cual un buque en alta mar hubiera navegado con los rizos bajos y los juanetes arriados. Ahora bien, como eran cerca de las seis cuando el Buenaventura llegó cerca del golfo, y en aquel momento se hacía sentir el reflujo, le fue imposible entrar y tuvo que aguantarse al largo, porque aun cuando hubiera querido no habría podido llegar a la desembocadura del río de la Merced. Así, después de haber instalado su foque en el palo mayor a guisa de trinquetillo, esperó presentando la proa a tierra.
Por fortuna, si el viento fue muy fuerte, el mar, cubierto por la costa, no engrosó mucho y por lo tanto no había que temer las oleadas, que son un gran peligro para las pequeñas embarcaciones. El Buenaventura no habría zozobrado, porque tenía buen lastre; pero cayendo a bordo grandes golpes de agua hubiera podido comprometerlo, si las escotillas no hubieran resistido. Pencroff, como buen marino, se preparó para todo evento. Tenía confianza en su embarcación, pero no dejaba de esperar el día con alguna ansiedad.
Durante la noche, Ciro Smith y Gedeón Spilett no tuvieron ocasión de hablar a solas; sin embargo, las frases pronunciadas por el ingeniero al oído del periodista, daban motivo a discutir otra vez aquella misteriosa influencia que parecía reinar sobre la isla Lincoln. Gedeón Spilett no cesó de pensar en aquel incidente, nuevo e inexplicable, en aquella aparición de una hoguera en la costa de la isla. Aquel fuego no era una ilusión, lo había visto, y sus compañeros Harbet y Pencroff lo habían visto tan bien como él; les había servido para reconocer la situación de la isla en aquella noche tan oscura y no podían dudar que fuese la mano del ingeniero la que lo había encendido. ¡Ciro Smith, sin embargo, declaraba formalmente que no había hecho semejante cosa! Gedeón Spilett se prometía volver a hablar sobre este incidente, cuando el Buenaventura estuviese de regreso, y excitar a Ciro Smith a que pusiera a sus compañeros al corriente de aquellos hechos extraordinarios. Tal vez entonces se acordaría hacer por todos una investigación completa de todas las partes de la isla Lincoln.
Aquella noche no se encendió ningún fuego en las playas desconocidas todavía, que formaban la entrada del golfo, y la pequeña embarcación continuó aguantándose durante toda la noche.
Cuando aparecieron las primeras claridades del alba en el horizonte, el viento, que se había calmado ligeramente, giró en dos cuartos y permitió a Pencroff embocar más fácilmente la estrecha entrada del golfo. Hacia las siete de la mañana el Buenaventura, después de haberse dejado llevar hacia el cabo Mandíbula Norte, entraba prudentemente en el paso y se aventuraba por aquellas aguas encerradas en el más extraño cuadro de lava.

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La isla Misteriosa
ClásicosLa isla misteriosa de Julio Verne DERECHOS RESERVADOS AL AUTOR JULIO VERNE YO SOLO SUBI LA HISTORIA