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13. Van a la isla Tabor a salvar a un náufrago

-¡Un náufrago! -exclamó Pencroff-. ¡Un náufrago abandonado a pocos centenares de millas de nosotros en la isla Tabor! ¡Señor Ciro, ya no se opondrá a mi proyecto de viaje!

-No, Pencroff -contestó el ingeniero-. Marchará lo más pronto posible.

-¿Mañana?

-Mañana.

El ingeniero tenía en la mano el papel que había sacado de la botella. Meditó unos instantes y después, volviendo a tomar la palabra, dijo:

-De este documento, amigos, y hasta de la forma en que está redactado, debemos deducir, en primer lugar, que el náufrago de la isla Tabor es un hombre que tiene conocimientos bastante adelantados en marina, puesto que da la latitud y longitud de la isla conforme a las que nosotros hemos encontrado y hasta con la aproximación de minutos; en segundo lugar, que es inglés o norteamericano, puesto que el documento está escrito en lengua inglesa.

-Eso es lógico -contestó Gedeón Spilett-, y la presencia de ese náufrago explica la llegada de la caja a las playas de la isla. En cuanto a este último, quienquiera que sea, es una fortuna que Pencroff haya tenido la idea de construir el buque y probarlo hoy mismo, porque si se hubiera retrasado un día, esta botella podría haberse roto contra los arrecifes.

-En efecto -dijo Harbert-, es una circunstancia feliz que el Buenaventura haya pasado por aquí precisamente cuando flotaba la botella.

-¿Y eso no le parece a usted muy extraordinario? -preguntó Ciro Smith a Pencroff.

-Me parece una casualidad y nada más -contestó el marino-. ¿Es que usted encuentra algo extraordinario en eso, señor Ciro? Esta botella por fuerza tenía que ir a alguna parte, ¿por qué no aquí y sí a otro sitio?

-Quizá tiene usted razón, Pencroff -repuso el ingeniero-, sin embargo...

La isla MisteriosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora