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4. Siguen explorando la isla y encuentran un jaguar

A las seis de la mañana, después del desayuno, los colonos se pusieron en marcha con intención de llegar lo más pronto posible a la costa occidental de la isla. ¿Cuánto tiempo podrían tardar? Ciro Smith había calculado dos horas, pero dependía indudablemente de los obstáculos que se presentaran. Aquella parte del Far-West parecía cubierta de espesísimos bosques, como un soto inmenso compuesto de las especies más variadas. Era probable que se necesitara abrir camino a través de las hierbas, la maleza, los bejucos, y marchar con el hacha en la mano, e incluso con el fusil, a juzgar por los rugidos feroces oídos durante la noche.

Por la situación del monte Franklin había podido determinarse la posición exacta del campamento y, puesto que el volcán se levantaba al norte a menos de tres millas, había que tomar una dirección rectilínea hacia el sudoeste para llegar derechamente a la costa occidental.

Emprendieron la marcha después de haber asegurado sólidamente las amarras de la piragua. Pencroff y Nab llevaban provisiones para la manutención de la pequeña caravana para dos días por lo menos. No se trataba de cazar y el ingeniero recomendó que se abstuviesen de disparar sus armas, para no denunciar su presencia en las cercanías del litoral.

Los primeros hachazos cayeron sobre la maleza en medio de una espesura de lentiscos, un poco más arriba de la cascada; y Ciro Smith, con la brújula en la mano, indicó el rumbo que debía seguirse.

El bosque se componía, en aquellos parajes, de los mismos árboles observados en las inmediaciones del lago y de la meseta de la Gran Vista. Eran deodaras, duglasias, casuarinas, gomeros, eucaliptos, dragos, hibiscos, cedros y otras especies, por lo común de mediana altura, porque su abundancia había perjudicado a su desarrollo. Los colonos pudieron adelantar lentamente por el camino que iban abriendo y que el ingeniero pensaba unir después con el del arroyo Rojo.

Desde su partida habían comenzado a descender la laderas bajas, que constituían el sistema orográfico de la isla, marchando por un terreno muy seco pero cuya frondosa vegetación hacía presumir la existencia o de una red hidrográfica en el subsuelo o del curso cercano de algún arroyo más o menos caudaloso. Sin embargo, Ciro Smith no recordaba haber observado, el día de su expedición al cráter, más corrientes de agua que el arroyo Rojo y el río de la Merced.

En las primeras horas de la excursión volvieron a verse bandadas de monos, que daban muestras de la mayor sorpresa a la vista de aquellos hombres, cuyo aspecto era nuevo para ellos. Gedeón Spilett decía, riéndose, que quizá aquellos cuadrumanos ágiles y robustos consideraban a los viajeros hermanos degenerados. Pues éstos, marchando a pie, molestados a cada paso por la maleza, detenidos por los bejucos y por los árboles, no brillaban ventajosamente sobre aquellos flexibles animales que saltaban de rama en rama, sin que nada los detuviera en su marcha.

La isla MisteriosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora