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9. Construyen un ascensor y fabrican el cristal

El tiempo cambió durante la primera semana de marzo. Al principio del mes había entrado el plenilunio y los calores continuaban siendo excesivos; se veía que la atmósfera estaba impregnada de electricidad y se temía un período de tiempo tempestuoso.

En efecto, el día 2, los truenos retumbaron con violencia. El viento soplaba del este y el granizo atacó directamente la fachada del Palacio de granito, estallando como descargas de metralla. Fue preciso cerrar herméticamente la puerta y los postigos de las ventanas, sin lo cual hubiera quedado inundado todo el interior de las habitaciones.

Pencroff, al ver caer aquel granizo, que tenía el tamaño de huevo de paloma, sólo pensó en que su campo de trigo corría grave peligro.

Acudió inmediatamente al terreno, donde las espigas comenzaban ya a levantar su cabecita verde, y con una gruesa tela protegió su cosecha. En cambio fue bastante lapidado, pero no se quejó.

El mal tiempo duró ocho días, durante los cuales no cesó de retumbar el trueno por las profundidades del cielo. Entre dos tempestades se le oía también tabletear sordamente más allá de los límites del horizonte y después volvía a resonar cerca con furor. El cielo estaba surcado de relámpagos y el rayo hirió muchos árboles de la isla, entre otros un enorme pino, que se levantaba cerca del lago, en la linde del bosque. Dos o tres veces también cayeron chispas eléctricas en la playa, fundiendo la arena y vitrificándola. Habiendo encontrado después algunas de esas fulguritas, se le ocurrió al ingeniero la idea de que sería posible proveer de ventanas de vidrios espesos y sólidos, que pudieran desafiar el viento, la lluvia y el granizo.

Los colonos, no teniendo trabajos urgentes que ejecutar fuera de casa, se aprovecharon del mal tiempo para trabajar en el interior del Palacio de granito, completando el mueblaje y perfeccionándolo. El ingeniero instaló un torno, que le permitía dar forma a algunos utensilios de tocador o de cocina, y particularmente hacer botones, cuya falta se notaba. Se había dispuesto también un armero para las armas, que estaban cuidadas con esmero; ni los vacares ni los armarios necesitaban más atenciones. Los colonos serraban, cepillaban, limaban o torneaban durante todo aquel período de tiempo, sin que se oyera más que el chirrido de los instrumentos o los ronquidos del torno, que respondía a los bramidos del trueno.

No habían olvidado a maese Jup, que ocupaba un cuarto aparte, cerca del almacén general, especie de alcoba con una buena cama siempre blanda, que le venía a pelo.

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