...3.

725 35 3
                                    

3. Defensa contra la nave pirata

La noche transcurrió sin incidente. Los colonos estaban alerta y no habían abandonado el puesto de las Chimeneas. Los piratas, por su parte, parecían intencionados en desembarcar. Desde que se oyeron los últimos tiros de fusil dirigidos contra Ayrton, ni una detonación ni el menor ruido había anunciado la presencia del brick en las costas

de la isla y casi podía creerse que habían levado el ancla pensando tener que vérselas con una población numerosa y se habían alejado de aquellos parajes.

Pero no era así y, cuando comenzó a rayar el alba, los colonos pudieron entrever a través de las brumas de la mañana una masa confusa. Era el Speedy.

-Amigos míos -dijo entonces el ingeniero-, voy a darles las disposiciones que me parece conveniente tomar antes de que se disipe la niebla que nos oculta a la vista de los piratas, durante la cual podremos operar sin llamar la atención. Lo que importa, sobre todo, es hacer creer a esos malhechores que los habitantes de la isla son muchos y, por consiguiente, capaces de resistirlos. Propongo, pues, que nos dividamos en tres grupos, que se apostarán: el primero, aquí en las Chimeneas, y el segundo, en la desembocadura del río de la Merced. En cuanto al tercero, creo que sería bueno situarlo en el islote para impedir, o retardar al menos, toda tentativa de desembarco. Tenemos dos carabinas y cuatro fusiles: todos estaremos armados y, como la provisión de pólvora y balas es abundante, no tendremos que economizar los tiros. Nada tenemos que tener ni de los fusiles ni de los cañones del brick. ¿Qué podría contra estas rocas? Y como no tiraremos desde las ventanas del Palacio de granito, los piratas no pensarán en enviar allí las balas del cañón, que podrían causar daños irreparables. Lo temible es venir a las manos, porque los piratas son muchos. Hay que oponerse al desembarco, pero sin descubrir nuestras fuerzas. Por consiguiente, no hay que economizar las municiones: dispararemos muchos tiros, pero con buena puntería. Cada uno de nosotros tiene que matar a ocho o diez enemigos.

Ciro Smith había calculado claramente la situación, sin dejar de hablar con voz tranquila, como si se tratase de dirigir una obra cualquiera y no de arreglar el plan de batalla. Sus compañeros aprobaron estas disposiciones sin pronunciar una palabra. Se trataba sólo de tomar cada uno el puesto que le correspondía antes de que se disipara la bruma completamente.

Nab y Pencroff subieron inmediatamente al Palacio de granito y bajaron con las municiones. Gedeón Spilett y Ayrton, ambos excelentes tiradores, tomaron las dos carabinas de precisión, que alcanzaban a una milla de distancia, y los otros cuatro fusiles se repartieron entre Ciro Smith, Nab, Pencroff y Harbert.

La isla MisteriosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora