10. Encuentran tabaco y "desemboca" una ballena
Cuando Pencroff concebía un proyecto, no descansaba hasta que lo había ejecutado. Quería visitar la isla Tabor y, como para esta travesía era necesario un buque de cierta magnitud, quería construir inmediatamente dicha embarcación.
Diremos el plan que trazó el ingeniero de acuerdo con el marino.
El buque debería medir veinticinco pies de quilla y nueve de bao, lo que le haría rápido, si salían bien sus fondos y sus líneas de agua, y no debería calar más de seis pies, o sea lo suficiente para mantenerse contra la deriva.
Tendría puente en toda su longitud, abierto por dos escotillas, que darían acceso a dos cámaras separadas por una mampara, e iría aparejado como un bergantín, con cangreja, trinquete, fortuna, flecha y foque, velamen muy manejable, que amainaría
bien en caso de chubascos y sería muy favorable para aguantar lo más cerca posible de la costa. En fin, el casco se construiría a franco bordo, es decir, que los tablones de forro y de cubiertas enrasarían en vez de estar superpuestos; y en cuanto a las cuadernas, se las aplicaría inmediatamente después del ajuste de los tablones de forro, que serían montados en contracua- dernas.
¿Qué madera se emplearía? Optaron por el abeto, madera un poco hendijosa, según la expresión de los carpinteros, pero fácil de trabajar, y que sufre, lo mismo que el olmo, la inmersión en el agua.
Acordados estos pormenores, se convino en que, teniendo todavía seis meses de tiempo hasta la vuelta de la buena estación, Ciro Smith y. Peneroff trabajarían solos en la construcción del buque, mientras Gedeón Spilett y Harbert continuarían cazando y Nab y maese Jup, su ayudante, seguirían las tareas domésticas que les estaban encomendadas.
Después de escoger los árboles, se los cortó, descuartizó y aserró en tablas, como hubieran podido hacerlo las sierras mecánicas. Ocho días después, en el hueco que existía entre las Chimeneas y el muro de granito, se preparó un arsenal y allí se empezó una quilla de treinta y cinco pies de largo provista de un codaste en la popa y una rodela en la proa.
Ciro Smith no había caminado a ciegas en esta nueva tarea. Era entendido en construcción naval como en casi todas las cosas y había hecho antes sobre el papel el croquis de la embarcación. Por otra parte, estaba bien servido por Pencroff, que habiendo trabajado varios años en un arsenal de Brooklyn, conocía la práctica del oficio. Por tanto, tras cálculos severos y maduras reflexiones, pusieron las contracuadernas sobre la quilla.
Pencroff, como es de suponer, estaba entusiasmado con su nueva empresa y no hubiera querido abandonarla un solo instante.
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La isla Misteriosa
ClásicosLa isla misteriosa de Julio Verne DERECHOS RESERVADOS AL AUTOR JULIO VERNE YO SOLO SUBI LA HISTORIA