5. Encuentran el globo y síntomas de que hay alguien
Ciro Smith y sus compañeros durmieron como inocentes lirones en la caverna que el jaguar tan cortésmente les había cedido.
Al salir el sol, todos estaban en la orilla del mar, al límite del promontorio, y sus miradas se dirigieron de nuevo al horizonte, que era visible en las dos terceras partes de su circunferencia. Por última vez el ingeniero pudo cerciorarse de que ninguna vela, ningún casco de buque aparecían en el mar; ni con el catalejo pudo descubrir en toda la extensión a que alcanzaba punto alguno sospechoso. Nada había en el litoral, al menos en la parte rectilínea que formaba la costa sur del promontorio en una longitud de tres millas, porque más allá una escotadura del terreno ocultaba el resto de la costa. Aun desde el extremo de la península Serpentina no podía divisarse el cabo de la Garra, oculto por altas rocas.
Quedaba por explorar la orilla meridional de la isla. Ahora bien, ¿debería emprenderse inmediatamente esta exploración dedicando a ella aquel día, 2 de noviembre?
Esto no entraba en el proyecto primitivo. En efecto, cuando los colonos dejaron la piragua en las fuentes del río de la Merced, convinieron en que, después de haber examinado la costa oeste, volverían por ella y regresarían por el río al Palacio de granito. Ciro creía entonces que la costa occidental podría ofrecer refugio a un buque en peligro o a una embarcación cualquiera, pero, visto que aquel litoral no presentaba ningún punto de desembarco, había que buscar en el sur de la isla lo que no se había encontrado en el oeste.
Gedeón Spilett propuso continuar la exploración para resolver la cuestión del presunto naufragio y preguntó a qué distancia podía hallarse el cabo de la Garra del extremo de la Península.
-A unas treinta millas -contestó el ingeniero-, teniendo en cuenta las curvas de la costa.
-¡Treinta millas! -repuso Gedeón Spilett-. Un día. Sin embargo, opino que debemos volver al Palacio de granito siguiendo la costa del sur.
-Pero -observó Harbert-, desde el cabo de la Garra al Palacio de granito hay que contar otras diez millas por lo menos.
-Pongamos cuarenta millas en todo -dijo el periodista-. No importa, hay que recorrerlas. Así examinaremos ese litoral desconocido y no tendremos que volver a empezar la exploración.
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La isla Misteriosa
ClassicsLa isla misteriosa de Julio Verne DERECHOS RESERVADOS AL AUTOR JULIO VERNE YO SOLO SUBI LA HISTORIA