III. EL SECRETO DE LA ISLA

917 33 0
                                    

1. ¡Buque a la vista!

Dos años y medio hacía que los náufragos del globo habían sido arrojados a la isla Lincoln, y hasta entonces no habían podido establecer ninguna comunicación entre ellos y sus semejantes. Una vez, el periodista había intentado ponerse en relación con el mundo habitado, confiando a un ave la nota que contenía el secreto de su situación; pero ésta era una probabilidad con la cual no podía contarse seriamente. Sólo Ayrton, y en las circunstancias que ya se saben, se había reunido con los miembros de la pequeña colonia. Ahora bien, aquel mismo día -17 de octubre-otros hombres se presentaban a la vista de la isla, en aquel mar hasta entonces desierto.

¡No cabía duda alguna! Allí había un buque. Pero ¿pasaría de largo o se detendría? Antes de pocas horas los colonos iban a saber, seguramente, a qué atenerse.

Ciro Smith y Harbert llamaron inmediatamente a Gedeón Spilett, Pencroff y Nab al salón del Palacio de granito y les pusieron al corriente de lo que pasaba. Pencroff, tomando el anteojo, recorrió rápidamente el horizonte y se detuvo en el punto indicado, es decir, en el que había formado la mancha imperceptible en el clisé fotográfico.

-¡Mil diablos! ¡Es un buque! -dijo con un acento que no denotaba un entusiasmo extraordinario.

-¿Viene hacia aquí? -preguntó Gedeón Spilett.

-No puede asegurarse nada todavía -contestó Pencroff-, porque sólo aparece en el horizonte su arboladura; no se ve más que una parte de su casco.

-¿Qué haremos? -dijo el joven.

-Esperar -contestó Ciro Smith.

Y durante largo tiempo los colonos permanecieron en silencio, entregados a sus pensamientos y a todas las emociones, a todos los temores y esperanzas que podía originar en ellos este incidente, el más grave que había ocurrido desde su llegada a la isla Lincoln.

Ciertamente no se hallaban los colonos en la situación de náufragos abandonados en un islote estéril, que disputan su miserable existencia a una naturaleza madrastra y se ven incesantemente devorados por el deseo de volver a ver las tierras habitadas. Pencroff y Nab sobre todo, que se consideraban a la vez dichosos y ricos, no habrían dejado sin pesar la isla. Además, se habían acostumbrado a aquella vida nueva en aquella posesión que su inteligencia, por decir así, había civilizado.

Pero, en fin, aquel buque significaba noticias del continente y era quizá una parte de la patria que acudía a buscarlos. En él venían seres semejantes a ellos y era natural que sus corazones latieran.

La isla MisteriosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora