21. Exploración y conversación sobre el futuro de la Tierra
Desde aquel momento no pasó un día sin que Pencroff visitara lo que llamaba muy formalmente su campo de trigo. ¡Y desventurados los insectos que se aventuraban a acercarse! No tenía piedad con ellos.
Hacia finales de junio, después de interminables lluvias, bajó mucho la temperatura, y el 29 un termómetro Fahrenheit había anunciado solamente veinte grados sobre cero (6º 67' centígrados bajo cero). Al día siguiente, 30 de junio, día que corresponde al 31 de diciembre en el hemisferio boreal, era viernes. Nab observó que el año concluía con un día malo. Pero Pencroff le respondió que "naturalmente" el año siguiente comenzaría por uno bueno, lo que valía más.
Comenzó un frío muy vivo. Empezaron a amontonarse los hielos en la desembocadura del río de la Merced, y el lago no tardó en helarse en toda su extensión. Hubo que renovar muchas veces la provisión de combustible. Pencroff no había esperado a que el río se helase para conducir enormes cargas de leña a su destino. La corriente era un motor infatigable y fue empleada para acarrear maderas hasta que el frío vino a encadenarla. Al combustible, tan abundantemente suministrado por el bosque, se añadieron varias carretadas de hulla que hubo que buscar al pie de los contrafuertes del monte Franklin. Aquel poderoso calor del carbón de piedra fue vivamente
apreciado a causa de la baja temperatura, que el 4 de julio descendió a ocho grados Fahrenheit (13° centígrados bajo cero). Se puso una nueva chimenea en el comedor y allí trabajaban todos en común.
Durante este período de frío, Ciro Smith tuvo ocasión de felicitarse de haber derivado hasta el Palacio de granito un pequeño chorro de las aguas del lago Grant. Tomadas bajo nivel de la helada superficie y conducidas por el antiguo desagüe, se conservaban líquidas y llegaban a un depósito interior que se había abierto en el ángulo formado detrás del almacén, cuyo sobrante bajaba por el pozo al mar.
Hacia aquella época, habiéndose puesto el tiempo muy seco, los colonos, abrigados lo mejor posible, resolvieron dedicar un día a la exploración de la parte sudeste de la isla, entre el río de la Merced y el cabo de la Garra. Era un vasto terreno pantanoso y probablemente existía en él muy buena caza, pues debían pulular las aves acuáticas.
La distancia era de ocho o nueve millas de ida y otras tantas de vuelta; por consiguiente, había que empezar bien el día. Como se trataba también de la exploración de la porción desconocida de la isla, toda la colonia debería tomar parte en ella. Por eso el 15 de julio, desde las seis de la mañana, cuando apenas había amanecido, Ciro Smith, Gedeón Spilett, Harbert, Nab y Pencroff, armados de venablos, lazos, arcos y flechas, y provistos de comida abundante, salieron del Palacio de granito, precedidos de Top, que saltaba delante de ellos.
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La isla Misteriosa
KlassikerLa isla misteriosa de Julio Verne DERECHOS RESERVADOS AL AUTOR JULIO VERNE YO SOLO SUBI LA HISTORIA