35: Palacios de cristal, palabras afiladas.

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Xu Lizhi le dió a Luo Fei absoluta libertad de hacer lo que quisiera mientras él se encargaba de los asuntos del país. Luo Fei no desaprovechó esa oportunidad y tan pronto como pudo empezó a recorrer el palacio en compañía de Song Lao. Han Jun también se habría unido, pero alguien debía vigilar a Xu Lizhi. Luo Fei podría jurar que Shen Qiao estaba cerca, mas no tenía pruebas. No podía verlo ni oírlo, tan solo sabía que estaba vigilandolo desde cerca.

El palacio era inmenso. Luo Fei no lo notó antes porque su espacio había sido reducido la última vez que se quedaron ahí. Su esposo mantuvo oculto todos sus planes de protección, por lo que Luo Fei nunca supo qué tan vigilados habían sido sus movimientos dentro del palacio. Ahora lo sabía, porque estaba viendo lugares que nunca antes había visto. Ni siquiera sabía que existían.

Había muchos lugares.

Muchos patios, jardines y estanques de peces. Quería recorrer cada lugar y memorizar hasta el más mínimo detalle. Iba a vivir en el palacio ahora. Debía conocerlo bien.

Luo Fei le dió migraña a sus guardias, pero nadie se quejó. Nadie podía quejarse, no cuando su amable Duquesa les daba sonrisas alegres y les señalaba todo a su alrededor con la emoción de un niño. Luo Fei era encantador. Nadie podía pasar tiempo con él y no adorarlo. Simplemente era imposible.

Las vueltas de Luo Fei terminaron llevándolo al Jardín Oculto. Este jardín era uno que se encontraba en lo profundo del palacio, alejados de las puertas y muros para mantener lejos de la vista a las concubinas. El jardín se encontraba en medio del harén. Aunque Luo Fei no recordaba mucho, sabía que el emperador mantenía concubinas. La mayoría eran para asegurar alianzas, mujeres que no llamaban su atención y que prefería dejar encerradas en el harén por el resto de sus vidas. Eso le traía cierta satisfacción, de un modo enfermizo.

Luo Fei no sabía muchas cosas del emperador, pero lo poco que sí sabía le hacía temblar de solo pensar en todo lo que pudo haberle pasado si no fuera por su esposo. Las cosas que había oído… se sentía mareado de solo pensar en ello. Ah, era un alivio que el emperador ya estuviera pagando sus pecados.

» Luo Fei caminó junto a la sacerdotisa a lo largo de las calles. Estaba nevando. No que fuera muy importante, ya que todos los días nevana en Piedras Blancas, pero Luo Fei se distrajo brevemente con los copos de nieve que se desplazaban en el aire a su alrededor. Sus labios estaban rojizos, al igual que sus mejillas. No por el frío. No, el frío nunca le afectaría. Estaba ruborizado por el mero hecho de que su vida estaba fluyendo con demasiada fuerza.

Estaba vivo por segunda vez.

Su sangre, su corazón, su cuerpo.

Nunca sería el mismo. Siempre habría algo en él que… seria como un faro para todos. Todo ser vivo anhelaba la vida. Y Luo Fei la emitiría en grandes cantidad a partir de ahora, fuera consciente o no.

Sin embargo eso no era importante. No todavía.

Luo Fei sostuvo una flor que crecía en la pared montañosa. La mantuvo entre sus dedos y observó los pétalos, en absoluto afectados por el frío. Se veía tan bonita.

La sacerdotisa tenía la cabeza baja.

—¿Qué pasaría si logra escapar?

La sacerdotisa negó con la cabeza.

—Es imposible. Su vida está atada a Piedras Blancas. Si se va, morirá.

—¿Yo no estoy atado?— cuestionó el joven con un ladeo de su cabeza. —Reviví gracias a Piedras Blancas.

—No.

Luo Fei asintió sin cuestionar más. Las cosas a veces eran mejor si se les dejaba así.

Esposa Forzada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora