—Deberíamos enterrarlo.
La declaración de Luo Fei no obtuvo respuesto al instante. Todos a su alrededor se quedaron mortalmente callados mientras procesaban las palabras que acababan de oír del dulce e inocente Luo Fei. Una vez pasó la sorpresa, Song Lao se atrevió a responder.
—No está muerto, Su Majestad.
Luo Fei hizo un puchero.
—Ah, es una lástima.
El peliblanco se encogió de hombros y empezó a caminar alrededor del cuerpo inmóvil de Shen Qiao con un puchero totalmente fuera de lugar con la situación. Nadie entendía muy bien por qué Luo Fei parecía detestar a Shen Qiao tanto como lo detestaba, pero para nadie era secreto que la emperatriz no le tenía ni el más mínimo aprecio. La mejor prueba de ello era la reacción que había tenido ante el cuerpo inconsciente de Shen Qiao. Lo habían encontrado inconsciente en medio del jardín, con una herida en la frente que tenía sangre seca. Parecía muerto, sobre todo con su piel palida y cabello blanco.
Han Jun confirmó que estaba vivo.
Llamaron a Luo Fei, solo para que su respuesta fuera "deberíamos enterrarlo".
Afortunadamente el emperador apareció justo a tiempo. Se acercó a su esposa y le dió un beso en la mejilla antes de mirar al inmóvil Shen Qiao. Su mirada era indiferente.
—Deberian enterrarlo— dijo el emperador sin parpadear.
Los soldados querían reírse. Y llorar.
—No está muerto.
—Hmm.
Por un breve segundos todos pensaron que el emperador les ordenaria enterrar a Shen Qiao incluso si estaba vivo.
—Llevenlo a la enfermería.
Han Jun y Song Lao se encargaron de eso.
A Luo Fei no le importó mucho que Shen Qiao fuera herido. Volvió a sus deberes tan pronto como pudo, sin pensar ni una vez más en el desafortunado Shen Qiao. Le parecía que había cosas mucho más importantes que esas. Su esposo, por ejemplo, era mucho más importante. Debía quedarse a atenderlo.
Luo Fei regresó a sus tareas habituales.
Luo Fei estaba de muy buen humor. Nadie sabía si su buen humor era porque Shen Qiao estaba en un estado tan deplorable, pero podían adivinarlo. La emperatriz detestaba con fervor a Shen Qiao.
Como emperatriz era su deber cuidar del palacio. Usualmente la emperatriz se encargaba del harén, pero el esposo de Luo Fei sabía muy bien qué terminaría castrado y derrocado por sus propios soldados si se le ocurría mirar a alguien que no fuera Luo Fei. La lealtad del pueblo era hacía su emperador, claro, pero sus corazones de inclinaban hacia el inocente Luo Fei cuya alma era tan pura que resplandecía en la oscuridad. Al no tener un harén que manejar, Luo Fei simplemente se entretenía organizando los labores de todos en el palacio y yendo a visitar cada rincón del lugar. La inmensidad del palacio le permitía caminar por horas y aún así no aburrirse con lo que veía.
Luo Fei pasó por la cocina para probar algunos de los postres que el cocinero preparaba esa tarde.
—¿Señor Jiang?— llamó Luo Fei en la puerta de la cocina, curioso por no ver al cocinero en su puesto habitual. —¡Señor Jiang!
No hubo respuesta.
Luo Fei se encogió de hombros. No importaba eso. De todas maneras los dulces estaban ahí, solo tenía que estirar su brazo para tomar uno.
Tomó un dulce y se lo llevó a la boca.
Sabía bien. Al menos al principio. Luego de que lo comió, Luo Fei sintió una extraña sensación envolver su cuerpo bajando desde su garganta hasta su estómago. La sensación desapareció y se quedó pensando por un instante qué podría haber sido. Recordó lo que la sacerdotisa le había dicho sobre su nueva condición y todo tuvo sentido.
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Esposa Forzada.
RomansaLuo Fei es un segundo hijo de la familia Luo. Mimado por sus padres y hermanos desde que era pequeño, el pequeño Luo Fei apenas sabe qué existe tras las puertas de la mansión Luo. Nunca sale, debido a su incomparable inocencia y excepcional belleza...