Limpiar.

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El treinta y uno de diciembre llego y como era de esperarse se trato de un día normal pero pesado para Altagracia, después de esa falsa alarma sentía mucho cansancio y lidiar con el peso de su vientre era cada vez más difícil, ya casi no sentía a ...

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El treinta y uno de diciembre llego y como era de esperarse se trato de un día normal pero pesado para Altagracia, después de esa falsa alarma sentía mucho cansancio y lidiar con el peso de su vientre era cada vez más difícil, ya casi no sentía a los gemelos pues ciertamente estaban apretados, las noches se volvieron eternas; descansar era prácticamente imposible pues no se sentía cómoda ni siquiera sentada. Durante toda la mañana la pobre tuvo que revisar un par de contratos sentada sobre su pelota de pilates porque le proporcionaba cierta comodidad, aunque claro que no duraba demasiado.

Como sabía que en casa de sus suegros la fiesta de año nuevo realmente se ponía buena, intento dormir en la tarde pero su marido no estaba haciéndole las cosas sencillas pues se la pasaba preguntándole "¿Estás bien?" "¿Sientes que ya?" "Cualquier cosa que sientas debes decirme" de cierto modo entendía que estuviera tan ansioso pero comenzaba a hartarse; cuando al fin pudo callarlo esa misma incomodidad con la que llevaba lidiando días apareció obligandola a cambiar mil veces de posición y eso que girar no era tan sencillo como antes, ya el peso de los gemelos la volvían más lenta a la hora de hacer cualquier cosa.







– ¡Maldita sea! — bufa sentándose con dificultad

– ¿Qué? — abre los ojos — ¿Ya?

– ¿Ya que? — masajea su cintura

– ¿Van a nacer?

– Por milésima vez en esta semana ¡Que no!

– Bueno pero no te enojes, estoy cuidándote

– No, me estas dejando sin paciencia con tanta pregunta, ya te dije y jure que voy a decirte en el momento que sienta contracciones — hace una mueca a la par que seguía masajeando — Quiero dormir aunque sean dos horas pero no estoy cómoda

– ¿Duele mucho?

– No, es de a ratos como toda la semana, es por el peso, ya tienen tres kilos cada uno

– ¿Quieres un masaje?

– No, voy a preparar la tina, a ver si me duermo ahí

– Déjame hacerlo por ti — se levanta — ¿Qué le pongo?

– Las sales nada más, sirve que me desinflame un poco para hoy

– Voy y vuelvo







Durante esos minutos sola los aprovecho para estirarse un poco, masajear sus senos que habían estado muy sensibles últimamente pero hoy por obra y gracia de la deidad que sea, al fin lograría ponerse un sosten sin sufrir horrores, lo que era genial porque su vestido no contaba con escote y ahora que su busto había crecido considerablemente, si quedaban algo [bastante] caídas por el peso.







– ¿Duelen de nuevo? — pregunta al regresar

– No, sólo me aseguro de que el sosten no me va hacer llorar... — toma el espejo — No me gustan mis pezones

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