Los ojos se le cerraban a peso; la cabeza se le caía a los costados, y el cuerpo lo sentía pesado. Incluso si su corazón corría un maratón por la energía, y por dentro todo estuviera prendiendo en luces neón, por fuera parecía un saco de huesos inmóvil. Recordaba apenas escenas borrosas de hace un par de segundos. Pero la casa estaba ya casi vacía, sólo había un par de gente dormida y algunas otras que aún bailaban y se reían. Se escuchaba a sí mismo gemir, cansado, y en esa parte aún consciente de su cabeza, sabía que esto que sentía no era algo nuevo, era algo que ya había vivido antes. Esa sensación de tensión, pero también de placer. Esa sensación de que los músculos se le apretaban tanto que al mismo tiempo apretaban también áreas de su cuerpo que le causaban placer.
Algunas imágenes del pasado lo atormentaban aún. Cuando se arrastraba por el suelo en busca de aire fresco y nadie quería ayudarlo. Las veces que despertaba en el piso de un servicio público. Nada de eso parecía real, pero tampoco su estado actual le dejaba saber si era o no algo que había vivido, o algo que su cabeza le inventaba que había sucedido.
Sus ojos enfocaron la mirada al techo, y pronto sintió también un peso caer a su lado. La luz se fue de pronto y al recorrer la vista, vio a una persona frente a él, muy cerca de él. El sonido de su voz fue lo que le hizo sentir que estaba vivo otra vez. Como si encontrara el piso.
—¿Quieres más? ¿Aún no te pega? —Reconoció el rostro de Tom, que le sonreía ampliamente. Le tomaba la cara con una mano y se acercaba a él peligrosamente. Bill gimió, entre asustado y emocionado. Había algo arraigado a su cabeza que le hacía saber que la cercanía con Tom en un lugar público, no era solamente peligroso, sino que no lo merecía. Intentó sacudir la cabeza para alejarse del agarre, pero fuera de su cuerpo sólo pareció un movimiento inútil.
—T...om... —El aludido se carcajeó, y lo jaló de los brazos para levantarlo del sofá. —Noo... déjame ya...
—Ven, ya hay que dormir... arriba hay una habitación vacía. Me la presta Quiev cada vez que duermo con alguien... o sea... cada vez que follo con alguien. —Volvió a carcajearse. Los ojos de Bill intentaban enfocarse, al mismo tiempo que su cabeza intentaba hacer coherentes las palabras que salían de la boca del otro. Se sentía dentro de sí. Todo lo que había afuera era líquido, casi indescriptible, indescifrable.
Tras jalones y reproches, ambos subieron a la habitación. Bill se tiró a la cama, incapaz de arrastrarse más allá, y Tom cerró la puerta con seguro. Se sentó a la orilla, empezando a deshacerse de su calzado, sus pantalones y la playera. Ante los ojos de Bill que se abrieron como plato, mirando el cuerpo delgado de su pareja. Sintió que la saliva se le escapaba de la boca, y que sus manos empezaban a hormiguear por las ganas que tuvo de tocarlo, sobre todo cuando se deshizo de la liga que amarraba su cabello y las fibras brillantes descansaron delicadas sobre sus hombros redondos.
—Dios... —Exclamó, levantándose en sus codos para mirar mejor; apretando los ojos para que los efectos de su cabeza no mermaran la vista que tenía, del hombre que le devolvió la mirada, sonriendo.
—¿Te sientes drogada? —Se dio la vuelta, para tomarle el rostro con ambas manos y acercarse a él. Sus pulgares fueron parabrisas en ese par de mejillas suaves, dejando nacer una sonrisa deforme en Bill, quien después se mordió los labios y se acercó más a Tom. —¿Eh, Bi?
—No... hum... —Susurró. Tom le besó la frente, y bajó al tabique de su nariz, con una sonrisita tonta que hacía a Bill sentir de pronto más drogado de lo que podría estar. A veces el amor lo ponía así: tan tonto que parecía que llevaba encima un montón de sustancias de difícil pronunciación.
—Ni yo... —Se rió fuerte. —¿Nos metemos más? —Bill asintió enseguida, a lo que Tom, imitando el gesto, tuvo el ademán de alejarse para ir a buscar más droga en sus pantalones, pero fue como si su cuerpo no pudiera escapar del contacto de la persona al frente, como si necesitara quedarse allí para siempre.
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SAUDADE.
FanfictionBill terminó con su vida el mismo día en que nació, tras una historia que no pudo proyectar sin dejar pedazos de sí mismo cada vez que la verbalizaba.