Para Bill no había sido difícil perdonar cuando lo vio con flores y una sonrisa bonita. Incluso cuando había preparado un discurso en el que se daba a respetar. Poder verlo ante su puerta, había derrumbado todos los cimientos que siempre se esforzaba por mantener en pie; olvidando todas las conversaciones que había tenido con la gente que se aseguraba de amarlo. Todo lo que estaba fuera de las orbes de Tom, dejaba de tener importancia cuando lo veía. Cada uno de los detalles que tenían, aunque para sus amigos fueran sólo acciones básicas que tendría que tener alguien que te quiere, para Bill era un esfuerzo que hacía porque realmente quería estar a su lado.
Los rayos del sol proyectaban una luz anaranjada en su rostro, y las iris de sus ojos se veían mucho más claritas de lo que eran en realidad. Su cabello se venía a su rostro, y se lo apartaba moviendo la cabeza bruscamente, al tiempo que bebía de su vaso con café y miraba hacia el lago. Bill sonreía para sus adentros y se sentía extático por la imagen bella que tenía al frente. Tom era hermoso, y sin lugar a dudas, no sólo lo decía por el físico tan bonito, sino porque en sus silencios podía notar lo que se ocultaba dentro de su coraza violenta.
—¿Te gusta la playa? —Subió el vaso con café a sus labios otra vez, sorbiendo con delicadeza; después se limpió los restos con la puntita de la lengua. Bill sonrió, encogiéndose de hombros. Se puso a arrancar pastitos, un poco nervioso, después de aquella noche ya no sabía bien cómo mirar a Tom y si sus miradas iban a causar en él otro arranque de tanta ira. Porque podía ser violento con palabras, pero nunca lo había sido físicamente y eso sí que le daba miedo.
—Nunca he visitado una. —Confesó, restándole importancia. Realmente era una persona poco aventurera; le gustaba imaginarse escenarios donde ya no vivía en el mismo pueblo de mierda, pero nunca hacía nada para alcanzar esos sueños. Estaba seguro dentro de su cabeza, sin tener que ponerse a trabajar por algo que al final podría incluso costarle la vida. Su padre siempre le decía que él podía ayudarle en todo lo que quisiera, que simplemente confiara en él, y no era que no lo hiciera, realmente sólo no sabía cómo dar ese paso que transformara sus cimientos en arena movediza.
Y Tom tuvo otra vez esa emoción en el pecho; de ver a Bill y pensar que era extraño que un sólo ser humano pudiera hacerle sentir lo que sentía cuando estaba en su presencia. Era una persona dócil y tranquila, era difícil hacerle llegar a prender la mecha de la ira. Era paciente. No podía creer que estaba frente a él y no sentía más que una tranquilidad contraria a la que sentía con sus amigos o su familia. Daba miedo encontrarse a sí mismo en una situación que no comprendía; pensaba que era lo suficientemente maduro como para saber si lo que sentía era amor, pero había eventos en su pasado donde había asegurado que lo estaba, y ahora se lo cuestionaba.
Quizás nunca lo estuvo.
—¿Quieres ir ahora? —Tom le sonrió, y su sonrisa creció al tiempo que la de Bill empezaba a aparecer en su rostro.
—¿Ahora? —El mayor asintió, asegurando su cabello detrás de las orejas. Bill, emocionado, se imaginó poder pasar un tiempo a solas con Tom; no tener que estar todo el tiempo mirando alrededor a ver si no venía alguien que pudiera verlos. Después de la noche horrible que pasó hace dos días, tenía miedo de que alguien hiciera burla de su relación y pusiera a Tom tan nervioso que tomara de nuevo la decisión de hacerle daño.
Por ello aceptó ir con él y el camino resultó formidable. Tom, como siempre, se encargaba de la música, y Bill de mirar las bellas carreteras que nunca había visto antes. O de mirar a Tom, que, entre más lejos estaba del pueblo, mucho más tranquilo y amoroso se mostraba consigo mismo. Se ponía a cantar y a sonreír; a acelerar por la autopista y sentirse más libre de lo que ya de por sí el mundo pensaba que era.
La playa se veía enorme y brillante causa del sol iluminando el agua. No había ni un alma y eso los hizo sentir más tranquilos a los dos. Al bajar, Bill se arrepintió de haber traído tantos abrigos pero, absorto en el paisaje, no pudo ni verbalizarlo. Era igualito a las fotografías y las películas que había visto, sólo que menos poblado. Las olas hacían un ruido fuerte que le ponía los vellos de punta pese a la distancia. El calor del sol le besaba las mejillas y obligaba a cerrar los ojos, pero nada era igual de apresurado que el latido de su corazón, feliz de visitar un lugar que parecía a veces hasta fantasioso por lo poco cerca que estaba de ir, inclulso si la distancia del pueblo a la playa era corta, por lo visto.
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SAUDADE.
FanfictionBill terminó con su vida el mismo día en que nació, tras una historia que no pudo proyectar sin dejar pedazos de sí mismo cada vez que la verbalizaba.