21.

210 31 4
                                    

—¿Cómo estás, Bi? —El aludido despertó, echando un quejido largo y tendido. Se talló los ojos con fuerza y creyó que si se los hubiera maquillado, todo el pigmento negro habría manchado sus mejillas. Después se giró a mirarlo, y comprobó que ninguno de los dos había perdido sus prendas, lo que confirmaba que tampoco habían tenido sexo.

—Siento que me han drogado... —Susurró, pasándose las manos por las raíces de su cabello. Pronto cayó en la realidad de que estaba con Tom en una habitación de motel, y encima la luz del día se proyectaba en las cobijas. Era un día nuevo, y al tomar su celular comprobó que no sólo ya había traicionado su propia palabra con sus padres, sino que también había faltado a la universidad en un día importante. —Maldita sea...

—Ya. Vamos a que desayunes y te regreso a casa. —Probó Tom, acomodándose el cabello en un moño bajo. Después de eso se levantó de la cama y caminó a la puerta.

—Mis padres van a matarme. —Se quejó. Pero Tom le hizo caso nulo y siguió caminando fuera de la habitación.

Apenas pidió un café y se puso a fumar. Bill había notado lo mucho que lo hacía últimamente, lo cual era raro, pero adjudicaba a la abstinencia de estar todo el tiempo drogado. Bajó la mirada y sorbió de su café, encontrándose por primera vez avergonzado de que alguien los viese juntos. No era sólo porque todos quienes le querían estaban cuidándolo de volver a caer en la misma red de manipulación, sino porque Tom se veía desmejorado, y eso no podía significar nada del todo bueno.

Aún así se bebió su café. Ambos en un silencio que incomodaba, al menos a Bill, porque Tom se prendió su segundo cigarrillo y contempló el lugar mientas una calada le ponía las mejillas huecas y marcaba mucho los huesos de sus pómulos. Sus ojos vidriosos. No podía creer que en dos meses se había puesto tan decadente; parecía que la vida no lo había tratado nada bien, y no podía ni siquiera confirmarlo porque nunca le contaba nada de su vida, era como si eso se lo quedara guardado para seguir pretendiendo que era mejor de lo que se veía.

—Necesito llegar a casa ya... —Tom le lanzó una mirada irritada y tomó la taza con una mano para beber de su café. —Hoy tenía un examen en la uni... —Aún así la mirada de Tom no cambió ni siquiera a una más empática, sólo vio cómo sus ojos pasaban por todo su rostro, y volvía a fumar.

—Hmm... he pedido trabajo en el almacén del padre de un amigo. —Comentó tras un poco de silencio. Bill sonrió, y como primer impulso quiso ir a atraparle la mano y darle un apretón, pero parecía que había despertado de mala gana y no sabía cómo acercarse a él sin sentir miedo. —No es mucho dinero, pero creo que en pocos meses voy a poder irme de este pueblo de mierda.

Los ojos de Bill entonces ennegrecieron. Mirando cómo le daba una calada fuerte, manteniendo el humo dentro, el cuerpo se le tensó. Su postura adquirió una más rígida, echando una pierna sobre la otra, pretendiendo verse contento por él aunque la incertidumbre de imaginarse habiendo vuelto a caer en el amor de Tom, pero al mismo tiempo saber que sus intenciones fueran irse de allí, estaba poniéndole el estómago se cabeza.

No sólo temía quedarse solo, sino que también temía por el destino de Tom.

La idea de que Tom se sumergiera en el mundo de las drogas lo atormentaba, porque, tras haber vivido eso en su propia piel podía hablar del infierno que era tener que depender de un estado que duraba apenas unos minutos. Sabía que Tom había estado luchando con algunos problemas personales últimamente aunque no se los contara, y la posibilidad de que cayera en esa espiral peligrosa lo llenaba de pavor.

—¿Puedo ir contigo? —Susurró de todas maneras, moviendo las piernas de manera ansiosa, esperándose de Tom un gesto negativo, pero no encontró nada distinto a la neutralidad que hoy expresaba sin más.

SAUDADE.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora