LXI. Paseo

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La próxima vez que Obito vio a Jin, luego de que tuviera un pequeño colapso sobre sus propios sentimientos, él observó como las molestas moscas se acumularon a su alrededor y esos asquerosos ojos llenos de anhelo por un trozo de Jin se triplicaron y propagaron.

Ya no solo estaba ese molesto rubio princeso, de pestañas ridículamente largas, ojos celestes cristalinos y piel perfecta con cara de niña, sino que ahora se incluía un chico con cabello azul celeste peligrosamente parecido al de su preciosa Jin, con ojos azules -en serio, ¿Qué demonios pasaba con los tíos de ojos azules? ¿Acaso toda persona que tuviera ojos azules se enamoraría automáticamente de Jin? ¿Tendría que aparecer nuevamente frente a Nagato y cambiarle los ojos por unos negros para evitar que otra persona se enamorase de Jin?- y un lunar de puta en la comisura de sus labios, junto con una chica de cortos cabellos morados, ojos del mismo color, sino no un poco más brillantes, con dos lunares, uno en su boca como la puta azul y otro debajo de su ojo como el padre de Jin, pero en su otro ojo.

Y ambas nuevas molestias estaban compitiendo por la atención de Jin, comiéndosela con la mirada de una forma más descarada que el rubiecito con cara de niña.

Obito quería negar que tenía sentimientos de Jin, realmente lo estaba intentando, pero una fea bestia maldita rugía debajo de su piel mostrando sus horripilantes garras en un aquereso sentimiento de posesividad y celos, casi gritándole paranoicamente que le estaban arrebatando algo que era suyo y exigiéndole que actuase en consecuencia matando a esas pequeñas basuras que se atrevían a poner sus manos en quien le pertenecía.

Lo cual era bastante irónico, porque él había sido quién había abandonado cobardemente a Jin cuando supo que ella estaba enamorada de él y se escondió precariamente en su hogar como una rata cobarde, él había sido quien no había tomado la oportunidad que se le presentó para tomarla como suya luego de follarla tan mal, por lo que no eran nada más que amigos.

Claro, si es que Jin quería seguir siendo amiga de alguien como él.

Obito siente sus uñas clavarse en su piel, sus ojos siguiendo al trío que rodeaba a Jin con molestas sonrisas y ojos apreciativos, dándole toda su atención a Jin, casi como si de alguna manera, dependiesen de la aprobación de la Kunoichi para seguir respirando.

-¿Y no era eso hipócrita de su parte? Obito era una perra necesitada de atención constante, que Jin no lo estuviera persiguiendo y presionando todos los días lo hacía sentir tan solitario y triste, lo hacía sentir que había perdido algo verdaderamente valioso por tonto, pero de nuevo, él nunca había sido la persona más inteligente del salón-.

Jin, honestamente, no le importaba que Sora y Kisho estuvieran casi colgando de sus brazos, aferrándose a ella y pegando sus cuerpos constantemente al suyo ya que uno, ellos no eran pesados, sino más bien, bastante livianos, dos daban una excelente charla, podría hablar con ellos durante horas de cualquier cosa que no sea misiones, asesinatos, pacientes, sellos o cosas shinobis/médicas y tres, ambos eran adorables.

Kisho con su cara de niña era una de las cosas más tiernas y adorables que había visto en su vida como un pequeño conejito inocente que hay que cuidar y Sora, a pesar de pintarse los labios de rojo -Jin odia ese color, odia el color rojo con pasión, cada gramo de su ser lo odia. Lo odia por Iwa, lo odia por los labios rojos de su madre, lo odia por la sangre que sus tessen derramaron, los odia por los pacientes que no pudo salvar durante uno de los extenuantes entrenamientos forzosos de Tsunade. Odia el rojo por muchas razones, algunas justificadas, otras infantiles, no le importa, pero odia el rojo- era simplemente muy hermosa con un toque de ternura en su cara ligeramente redonda.

So Simp [Yandere! Uchiha Obito]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora