Edward
Seguía dormida cuando Josh aparcó mi Maserati Ghibli Ribelle en la entrada de una de las mansiones Hoffmann.
Este me miró por el espejo retrovisor con una sonrisa ladeada.
—¿Qué? —pregunté enredándome de nuevo un mechón de su cabello rubio.
—Nunca lo había visto con una chica, Señor Hoffmann.
—Ya me has visto con algunas, Josh.
—No con una tan bonita —me guiñó un ojo —, y menos siendo tan cariñoso.
Lo miré con una ceja alzada, dándole a entender que su comentario me había molestado y negó con la cabeza, más no cedí de seguir con el mechón.
—El señor Hoffmann llegó —habló por el intercomunicador.
Les había dicho que no me llamarán Señor pero mi padre les dio la orden de hacerlo.
La mansión Hoffmann, no era muy frecuentada por mi familia, mis padres se la pasaban la mayoría del tiempo fuera del radar, pero esta en sí, era mi favorita. Tenía ventanales apenas entrabas, una fuente en donde los lujosos coches tenían que pasar para llegar a donde serían resguardados; la parte de atrás escondía un inmenso jardín, la piscina tenía tumbonas, las paredes eran de un blanco color hueso, contrastado con un azul bajo, el piso era de mármol costosos que mamá había elegido por capricho, la planta de arriba tenía un sinnúmero de habitaciones, irracional si nadie vivía aquí, los sirvientes se encargaban de tenerla lista cuando a uno de nosotros se le ocurría pasarse por aquí.
Como en todas nuestras mansiones, Mario, Aris y yo, teníamos nuestras habitaciones en cada casa, mansión, choza, cabaña, que tenía como dueño el apellido Hoffmann.
Pero en esta, había algo especial, nadie lo sabía, pero yo tenía mi propio lugar en esta inmensa propiedad, un lugar solo mío, nadie que no haya sido yo había pisado tal lugar.
Podrían llamarme psicópata, pero aquel que entrará a tal lugar sin mi consentimiento, recibiría un tiro en la cabeza.
El portón dorado con negro se abrió para dejarnos entrar con el coche costoso que papá me regaló por cumpleaños.
Enid se removió sobre mí somnolienta, y... ¡Maldita sea! Rozó mi pene haciendo que tensara la mandíbula.
—¿Dónde estamos? —preguntó ya con los ojos abiertos.
—Ya llegamos —le informé.
Se giró para ver por la ventana del auto y me miró con la boca entreabierta.
—¿Esta es tu casa?
—Una de muchas —no me sentí orgulloso de decirlo.
—Vale, ¿ya podemos comenzar con las preguntas?
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Secreto: Oscuro Y Perverso
RandomUn psicópata y una chica normal, ¿qué podría salir mal?