Edward
Su reloj de aguja marcaba las cuatro con treinta y cinco minutos de la mañana.
La vi, aún estaba dormida. Su cabeza reposaba en mi pecho, su cabello rubio suelto entre mis dedos.
Miré su rostro.
La expresión tan pacífica que ponía al dormir.
Su casi imperceptible respiración.
Sus ojos cerrados dejaban a relucir sus boluptuosas pestañas largas, que cuando las usaba en mi contra, siempre conseguía lo que quería.
Sus labios rojizos y carnosos, estaban sellados, nunca había escuchado algún sonido que podría tacharse como vergonzoso.
O por el que me le pasaría burlando y recordando toda la vida.
Solo pequeños gruñidos cuando se acomodaba que no se convertían en más.
Suavemente me desprendí de sus brazos.
Se removió incómoda y gruñó algo frunciendo las cejas.
Me separé de la cama y me puse de pie.
Palpó con su pequeña mano el lugar que había vacío, buscándome.
Tomé una almohada y la puse ahí, la agarró y se abrazó a ella.
Me quedé varios segundos observándola, se miraba diminuta en aquella cama.
Salí de mi hipnosis.
Caminé a su escritorio y tomé uno de los miles bolígrafos que tenía, junto con un pedazo de papel.
Buenos días, preciosa. No quise despertarte, te ves tan linda durmiendo... pero es viernes, tengo que ir al maldito instituto. Si te sientes mal, me llamas y vendré enseguida.
E.
La dejé cerca de la cama para que fuera visible, y le di un pequeño beso en la coronilla, aspirando el olor de su cabello con la intención de tenerlo en mi sistema hasta volver a verla.
«Me doy pena a mí mismo»
Mientras bajaba por la escalera, me decía a mí mismo que esa sería la última vez.
Era enserió, el domingo hablaría con el señor Gilton.
Aquí nada de "señor Gilton" aquí es mi suegrito querido.
Me dirigí a mi casa.
«La más pordiosera de todas»
Sin ofender, claro está.
Las luces estaban apagadas.
Subí a mi habitación, y escuché mi celular sonar.
Contesté.
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Secreto: Oscuro Y Perverso
AcakUn psicópata y una chica normal, ¿qué podría salir mal?