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Se relajó tanto que no se dio cuenta de cuando se quedó dormido. Se asustó por no poder ver nada, e instintivamente se removió para intentar retirarse la cosa extraña de la cara, pero se atoró con los amarres en sus muñecas y gimió dolorido.

Había estado tanto tiempo en esa posición que sus articulaciones empezaban a cobrar factura, con las muñecas entumecidas y los ojos cansados. Sus pulsaciones aumentaron por no entender lo que había pasado, y se odió por ser tan tonto y quedarse dormido como si estuviera a salvo.

Escuchó una respiración más y se tensó, obligándose a ponerse lo más derecho que pudo y guardar silencio, sin quejarse o demostrar debilidad. Tal y como le enseñaron.

– Je n'arrive pas à croire ce que ces salauds ont fait.

La voz le llegó al alma, inevitablemente. Y a pesar de no entender absolutamente nada de lo que dijo, quiso que su cuerpo no lo traicionara por el corto espasmo en su espalda baja.

Era curioso, pero siempre pensó que el francés era un idioma muy bonito, y excitante. Pero en estas circunstancias sólo esperaba que la persona frente a él no le hiciera daño, o no entendería cómo defenderse.

Sintió que la cama se hundió, y se tensó una vez más. Esperando el toque desperado, o que las manos viejas o ásperas se hundieran en su piel y lo desnudaran como un loco, así como todas las anteriores experiencias que tenía.

Estaba preparado para abrir los labios y gemir ante cualquier contacto sobre su piel casi insensible, sabía mentir y eso le ayudaría mucho, como en toda ocasión.

Pero lo único que salió de sus labios fue un jadeo asustado, cuando sintió cómo cortaban el lazo que lo mantenía cautivo, con el peligroso sonido del filo de una navaja cerca de sus mejillas y sus manos cayendo como fideos cocidos al costado de su cabeza.

–Vous sentez-vous plus à l'aise? —le dijo cerca de la oreja.

El silencio fue lo único que quedó entre ambos cuerpos. Roier batallaba consigo mismo para moverse o dar una palabra, pero no pudo hacerlo. Ni siquiera sabía lo que decía, así que no podía aceptar o denegar, no tenía pistas.

Lo único que sabía en francés era esa frase que todo el mundo bromeaba con ser lo único que se necesitaba saber del precioso idioma. Así que antes de decirlo sintió cómo las manos del mismo hombre elevaban la bolsa de tela sobre su cabeza, y pudo abrir los párpados una vez se adaptó a la luz.

–Est-ce mieux? —murmuró mientras se encontraba con sus ojos.

Apenas mirarlo fue cuestión de atraer un sonrojo incipiente e incontrolable y balbuceó tontamente mientras se acomodaba un poco en su lugar. Lo miró directamente a los ojos y pronunció lo más vergonzoso en su vida.

–Voulez-vous coucher avec moi? —jadeó, sin pensar.

El hombre frente suyo torció los labios, se le oscureció la mirada y sonrió apenas un poco. Su rostro duro no cambió su expresión, aunque parecía querer soltar una carcajada frente al más horrible francés que pudo escuchar en su vida.

–¿Hablas español? —musitó.

–S-sí señor. —se lamentó, cerrando los párpados y bajando la cabeza.

–Mejor mantente hablando en tu idioma. —terminó, levantándose y saliendo de la habitación.

Roier se quedó solo, con el corazón casi en la garganta, o los huevos, cualquier cosa. Pensó en lo poderosa que era la mirada de aquel hombre desconocido, y creyó que lo ideal era quedarse callado y tranquilo, sólo esperando a que él le dijera u ofreciera algo.

Ocean / Roier x EtoilesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora