La mente de Etoiles revoloteaba sin parar mientras su cabeza intentaba evocar lo que su amigo dijo. Dijo un nombre, pero... ¿cuál era?
Su corazón latía violentamente, mientras ella sólo hablaba sin parar de cosas que no comprendía. Él sabía tres idiomas, pero aún mirando sus labios moviéndose era como si su cerebro simplemente no pudiera entender la semántica de todo ese cúmulo de información.
La tarde iba pasando tan tormentosamente lenta, mirando a los invitados reunirse en el ayuntamiento para celebrar su pequeña fiesta, no entendió de dónde salió todo eso, ni por qué todo parecía tan extraño. Ni por qué había tanta gente que él no conocía saludándolo como si fuera un amigo de años.
Por lo que recordaba no tenía conexiones en ese puerto, más que Baghs, Liz, su esposa y la hermana de ella, Luz.
Usualmente sólo se frecuentaban en los bares, donde la conoció y de ahí todo ha sido borroso. Por eso las cosas no le cuadraban, por eso todo se veía tan surreal, hasta el punto de dudar de sus propias memorias mientras bailaba torpemente un vals que no le resonaba en la cabeza.
Sintió que un par de brazos lo jalaban cuando perdió de vista a su novia y luego apareció detrás de la carpa junto a Baghs y sus amigos.
–Qué pasa, ¿no estás feliz? —le sonrió ella.
–Yo... me siento muy extraño. —aceptó, pasando a la confusión.
–¿Por qué? ¿No es lo que querías? —dijo Antoine.
–Deja eso, míralo. Ninguno de nosotros pensó verlo casado y feliz. —se burló Aypierre, pasando sus ojos por todo su cuerpo.
–¿No creen que sea algo extraño? —suspiró. –Quiero decir... me conocen, saben que no soy de... no sé, esto.
Los tres amigos se miraron entre ellos y la única que se atrevió a seguir la conversación fue la rubia.
–Mira, también estamos sorprendidos como tú, pero es que eres naturalmente hermético, creo que fue una gran sorpresa para todos. —asintió. –Tuve que comprar un vestido que me está picando, mierda.
–Es que no sé por qué me siento tan perdido, como si flotara. —siguió.
–Así es el amor, amigo. Así es el amor. —rio Aypierre. –Yo por eso sólo salgo una sola vez con cada chica, no me hago ilusiones con nadie.
Algo en sus palabras resonó, pero no pudo identificar qué y recordó que él era el que había pronunciado esas palabras que lo desconcentraron antes de partir de la capilla.
–¡Oye! —gritó. –Sobre lo que dijiste en la capilla, ¿A quién te referías cuando...
–¡Aquí estás! —sintió unas pequeñas manos aferrarse a su brazo, jalándolo hacia el interior. –Debemos partir el pastel y esas cosas, pero te desapareciste. Vamos.
No le dio tiempo de negarse porque la pequeña mujer se encargó de conducirlo por todos lados hasta llegar al frente de la mesa de los novios.
Frente a ellos había algunas mesas decoradas, y entre ellos pudo ver al cura que los casó, sentado en primera fila con una gran sonrisa. Parece que estaban conmovidos por el hecho, unos cuantos murmuraban cosas con rostros molestos y gestos que develaban su falta de aceptación.
Parecía que todo iba en cámara lenta, y si se concentraba podía entender todas las conversaciones de los presentes, potenciando un hilito de voz para seguirlo.
Ella le ofreció una copa y planearon brindar, escuchando palabras de aceptación, otras de buenos deseos y más, y se concentró en un par de señoras mayores que estaban cerca del cura mientras levantaban las copas al aire.
