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Le hubiera gustado que todo estuviera relajado, pero ahora tenía miedo al ver su expresión perdida mientras revolvía el puré de papas.

–No es nada, sólo dije que me aburrí mucho. —habló bajito, meciendo los pies flotando desde el banquillo.

Etoiles no le respondió, parecía totalmente perdido en sus pensamientos mientras se aseguraba de machacar las papas hasta convertirlas en sólo una masa suave. No había pensado en que Roier la pasaría mal si estaba encerrado durante tanto tiempo, pero es que no tenía otras opciones.

Le había prohibido terminantemente salir de casa o asomarse siquiera. En primer lugar porque no tenía llaves para entrar, y en segunda porque no quería que nadie viniera a molestarlo o les abriera a desconocidos. Se sentía mal de haberle prohibido siquiera abrir la puerta a quien lo intentara, pero era muy desconfiado en todo y no se permitiría descubrir lo que pasaría si algo malo ocurría y Roier simplemente no se defendía.

Frunció los labios y terminó por mordérselos impulsivamente mientras pensaba en una solución. Se iba al día siguiente, y regresaría en dos semanas, sintiendo que si no hacía algo pronto, quizá Roier terminara por lanzarse del balcón o colgarse con servilletas de papel.

Sabía perfectamente que se distraía ridículamente rápido y mantener su mente ocupada sería ideal para evitar que pensara en hacer estupideces riesgosas.

Odiaba con el alma el momento en que sus estúpidos amigos tuvieron la idea de traerlo a casa, pero ya no podía enojarse, y menos con Roier que era el que menos se lo merecía.

–¿Estás enojado?

Las suaves palmas de Roier le acariciaron la espalda, soltando un suspiro pesado que le hizo relajar el cuerpo para evitar una confrontación innecesaria.

–No. No estoy enojado. —espetó.

–Tu tono no me dice lo mismo. —murmuró, acariciándole la espalda con los dedos en un vaivén lento.

–Sólo no había pensado en que te aburrirías, pero es que tienes razón, no hay nada aquí que sea de tu interés. —negó, molesto.

–Pero eso no es un problema. Además puedo hacerlo, veré una serie o puedo dibujar, creo que vi algunas hojas por ahí, puedo aprender a hacer aviones de papel y lanzarlos por la ventana. —sonrió.

Etoiles se giró para mirarlo, encontrando sus ojos dulces que se abrían mientras pensaba en otras ideas nuevas.

–También podrías darme una copia de las llaves y yo...

–No. —soltó. –No saldrás.

Roier hizo un puchero, pero lo entendió. Aunque le daba esa espina de coraje porque no era un niño, y estaba lejos de serlo, pero él seguía insistiendo en que no era lo suficientemente prudente para salir y explorar el mundo. Era torpe, no se fijaba cuando cruzaba y siempre esperaba que lo salvaran. En algún punto podía morir de forma estúpida.

–Pero...

–A comer.

Etoiles dirigió su atención a la alacena y sacó los platos, sirviéndole con rapidez para que se sentara y comiera, en silencio.

Roier sólo se devolvió a su lugar y agradeció con un movimiento de cabeza, sin esperarlo para comer, castigándolo por su comportamiento, aunque él no le pusiera atención a eso.

–¿Entonces qué haré? —rompió el silencio, viéndolo fruncir el ceño.

–Lo resolveré.

–¿Y cómo? —insistió.

Ocean / Roier x EtoilesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora