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Roier subió corriendo las escaleras, con tanta velocidad que el estruendo de la puerta cerrándose quizá resonó por toda la cuadra. Estaba envuelto en lágrimas y sólo atinó a lanzarse a la cama para cubrirse el rostro y evitar que su llanto se escuchara mucho, tensándose cuando escuchó la puerta abrirse y los pasos certeros de Etoiles hacia él.

–N-no, vete. —soltó, sin mirarlo.

–Mamour, ¿te vas a poner así de nuevo? —sonrió, entre las palabras.

–Me hablaste feo. —se quejó.

–Mon chéri, no te hablé feo, y lo sabes bien. —insistió, acariciando su espalda suavemente.

–Sí lo hiciste.

–Bebé, no te hablé feo. Sólo te dije que ya no había cereal.

–Y me hablaste feo. —lloriqueó.

–Eso no es hablarte feo. —negó. –¿Por qué estás tan sensible? ¿Pasa algo?

–Te vas a ir. —gruñó.

–Ya lo sabías, mon cœur. Debo volver a trabajar, las vacaciones no podrían durar mucho. —sonrió, con su voz dulce.

–P-pero te voy a extrañar. —siguió, a modo de berrinche.

Etoiles se rio, no podía evitar sentir tanta ternura por el hombre al que, desde hace dos años, le conocía todas las manías.

Y una de ellas era ponerse sensible, llorar, rabiar y patalear a la mínima provocación cuando sabía que debía volver al trabajo. Porque no era suficiente tenerlo por dos semanas enteras para él solito, nunca sería suficiente, no podía cubrir todas sus necesidades en tan poco tiempo.

–Mi amor, pero vas a estar ocupado, ¿por qué te molesta? —insistió, enredando sus dedos sobre su cabello.

–Pues no es lo mismo, no irás por mí a la escuela, ni nada. —se giró para enfrentarlo.

–Pero vendré pronto amor y al menos dormiremos juntos o te llevaré de compras. ¿Sí?

–No.

–¿No? —sonrió. –¿Qué puedo hacer para que me perdones?

–Nada. —negó.

Sus rostro rojo, las mejillas infladas, los labios torcidos en una mueca y el cabello despeinado.

No había un momento en que Etoiles pudiera amarlo más, sabiendo que sólo era un niñito caprichoso que deseaba matarlo de amor por verlo así, por hacer ese tipo de cosas que lo hacían confirmar una y otra vez por qué estaba enamorado de él.

–¿Estás seguro?

Roier no respondió, sólo se giró y se mantuvo boca abajo en el colchón, rehusándose a girar.

–¿No me vas a perdonar?

No hubo respuesta.

Sonrió de nuevo, negando mientras se acercaba para sentarse sobre sus caderas, sin lastimarlo, aprovechando para darle un suave masaje en los hombros, en el cuello y luego bajando lentamente a su espalda.

Roier gimió después de algunos minutos. Disfrutaba mucho de cuando él lo consentía o le hacía masajes porque terminaba completamente relajado. Tenía un excelente don para conseguir que su cuerpo cediera y olvidara todo el estrés de la escuela.

Porque claro, Etoiles había conseguido matricularlo en una escuela para adultos, donde empezaban desde los niveles más básicos y seguían hasta que podían graduarse y aspirar a entrar a una universidad.

Ocean / Roier x EtoilesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora