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Regresó cansado y con unas copas de más, pero no olvidó las bolsas que traía consigo, las apretó a su pecho aunque nadie las reclamaba, pero no quería permitirse perderlas. Abrió la puerta con dificultad, no estaba tan borracho, pero al menos la percepción de su espacio sí se había afectado un poco y le costó un par de intentos ensartar la llave hasta escuchar el sonido reconocido del seguro abriéndose a su paso.

Se adentró como un gato al interior y se desabrochó las botas con desgane hasta que las azotó en el piso, se sorprendió por la temperatura y caminó casi de puntillas hasta la sala, donde se tensó con el ruido de un sollozo bajo y giró para encontrar una cabellera oscurecida, apenas iluminada por el brillo del televisor y una cabeza que temblaba ante los hipidos del reconocido llanto.

–¿Roier? —habló alto.

El chico se retorció y bajó lentamente para que no pudiera verlo, lo que hizo que suspirara y se acercara a su lado para entender su raro comportamiento.

–Hey. —llamó. –¿Qué es lo que te pasa?

Reconoció la manta de su habitación encima de ese montículo nervioso que sollozaba amargamente debajo, y se desesperó, obligándolo a quitársela para mirarlo escuetamente con ferocidad.

Encontró sus ojos y sostuvo su cabeza con ambas manos para inspeccionarlo mejor, encontrándose con sus parpados fuertemente cerrados y sus mejillas hinchadas en un mohín.

–Respóndeme, Roier. —se cansó.

–E-estaba v-viendo Mu-mujer bo-bonita. —dijo, con mucha dificultad.

–¿Qué? —frunció el ceño.

–M-mujer bonita. —repitió, fuerte y conciso. –Es muy triste.

Escuchó un gemido triste y sintió extrañeza por toda la situación.

–¿Triste en qué?

–Es triste, ¿ok? Deja de reclamarme. —lanzó molesto.

–No te estoy reclamando. Mejor levántate y ven acá. —sugirió con su tono de voz autoritario.

Etoiles se levantó, dejándolo solo en el sofá y caminando hacia la cocina para servirse agua fría.

Roier hizo un berrinche antes de levantarse, totalmente cubierto por la manta como un fantasma y caminar a ciegas hasta que chocó con la isla de la cocina, recibiendo un gruñido de su parte antes de sentir las manos de Etoiles retirarle abruptamente la manta de la cabeza.

–¿Qué pasa? —insistió.

–Todo bien. —se limpió la nariz con la mano. –¿Qué quieres tú?

Le ofreció la bolsa que tenía en las manos y la apretó sobre su pecho con poco cuidado.

–¿Qué es? —la tomó, curioso.

–Ropa. —respondió certero antes de darle un sorbo a su agua y tragar una aspirina.

–¿Me compraste ropa?

Etoiles asintió y pudo ver la chispa explosiva en sus ojos antes de abrir los labios en una mueca sorprendida.

–Pruébatela. —instó. –No sabía tus tallas, pero calculé. Hay un par de tenis ahí también.

Ni siquiera tuvo qué decirlo dos veces, el chico caminó de regreso al sillón y se desnudó, sin pensar en las consecuencias de hacerlo frente a él, porque su corazón inocente ya no percibía el morbo como algo importante, tomando en cuenta la cantidad de veces que se desnudó frente a hombres desagradables, y Etoiles estaba lejos de ser uno, lo apreciaba ridículamente rápido por sus amables atenciones.

Ocean / Roier x EtoilesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora