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–No. —espetó.

–¿Qué? —jadeó. –¿Ni siquiera lo vas a pensar?

–Dije que no.

Etoiles se dedicó a llenar su pan con mermelada de fresa mientras Roier hacía malabares para no caerse del banquillo donde estaba arrodillado.

–P-pero es que...

Le metió la tostada entre los labios y lo abandonó, yendo a lavar los platos que habían estado usando para el desayuno.

–Mhm, p-e mh pero, yo po-poh...

–No hables mientras masticas. —lo regañó.

Roier se dispuso a terminar de masticar y pasar el bocado, y tomó casi todo su vaso de leche fría para poder seguir con su argumento.

–¿Por qué? —jadeó, con un mohín.

–No lo necesitas, Roier. —suspiró, terminantemente.

–P-pero es que yo quiero hacerlo. —insistió, llevando la tostada a su boca.

Etoiles se giró para enfrentarlo y frunció el ceño, dedicándole una de esas miradas asesinas que usualmente harían cagarse en los pantalones a cualquiera, incluido Roier que ya tenía los ojos cristalizados.

–Mira, creí que estabas tranquilo aquí. —empezó. –Tienes todo lo que quieres, comida, techo, ropa y todo lo que pides, ¿por qué querrías eso?

–Porque... porque quiero dejar de ser una carga para ti. —se explicó.

–No eres una carga Roier. —se desesperó.

–P-pero ¿y qué dirás si te ven conmigo? ¿Quién sería yo para ti? En algún punto se enterarán de que yo no tengo empleo, ni educación, que simplemente estoy aquí gastándome tu dinero y esas cosas —insistió.

–Roier. Repito, ¿por qué quieres hacerlo si estás bien así? —elevó el tono.

–¡Porque no quiero ser un inútil mantenido toda la vida! —gritó de vuelta.

Etoiles se tensó, sujetando su mirada fúrica que lo retaba, con ese brillo salvaje que nunca había visto en él. Apretó la mandíbula y se acercó a él peligrosamente, con Roier temiendo por su vida de ser golpeado o algo parecido.

–Putain, que tu es têtue. —masculló, sujetándolo del brazo.

–No te entiendo, pero no me importa, quiero conseguir empleo y pagar mis cuentas. —insistió.

–No, no lo harás.

–Sí, lo haré. —se acercó a su rostro molesto.

Etoiles se adelantó para dejar un beso duro, sin suavidad, simplemente haciéndolo callar en un movimiento que lo desconcentró completamente. Lo soltó y salió de ahí, llevándose con él la tensión en la que se había sumergido el lugar.

Roier pataleó como un niño pequeño y se hundió en el sillón mientras ponía el canal de música para distraerse. Lo vio bajar después de un tiempo, con otra ropa y recién saliendo de la ducha.

–Voy a comprar la despensa. —soltó, tomando las llaves del pasillo.

–Que te vaya bien. —habló Roier, sin despegar la vista del televisor.

No escuchó ruido alguno y por un momento creyó que había salido ya sin que hiciera ruido, porque era experto en eso. Sigiloso y silencioso, mortal.

Se acomodó en el sillón antes de soltar un grito cuando sintió su mano aferrarse a su nuca.

Ocean / Roier x EtoilesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora