21

312 53 57
                                        


Etoiles despertó en la orilla de la playa, no tenía certeza de lo que había sucedido, pero la migraña lo azotó apenas pudo abrir los párpados. Sentía que la cabeza explotaría en cualquier momento, y su garganta ardía cuando pudo vomitar y expulsar toda el agua que había entrado a su cuerpo.

Tuvo pequeños flashbacks sobre un golpe fuerte, haber escuchado los gritos de Baghera mientras intentaba flotar y resguardarse, ni siquiera lo pensó cuando él se aferró a ella para ayudarla a intentar permanecer en la superficie. Y después de olas y preocupación por sus compañeros es que sintió que todo se oscurecía.

Era curioso sentir que se ahogaba, porque en el oleaje agresivo por más que uno deseara salir a toda costa y desesperarse, él sólo estaba ahí, sintiendo jalones de agua que lo movían en contra de su voluntad, sintiendo que había paz a pesar de la tormenta.

Y a pesar de ser un excelente nadador, es bien conocido que a veces el mar simplemente decide darte una lección de la que posiblemente debas aprender, como valorar todo lo que tienes, o perseguir el deseo de vivir más, más intenso, más fuerte, más todo.

No supo en qué momento su introspección se complicó por olvidarse de que debía respirar, y al intentar llegar a la superficie casi se rindió por completo, hasta que una ola decidió chocarlo.

Se movió entre una corriente, chocando con alguna superficie que lo hizo jadear y tragar agua por el dolor intenso, posiblemente se rompió una costilla, por la forma en que todo su cuerpo se sintió masacrado.

Y entre todas las vueltas simplemente perdió el conocimiento.

Era una vergüenza, él sabía nadar y había estado en cientos de situaciones de riesgo de las que salió victorioso. ¿Desde cuando se sentía así? Tan perdido, tan preocupado por otros motivos, tan depresivo por querer volver a casa.

Cuando irónicamente ahora podía simplemente no volver.

Distraerse es mortal en un ambiente como este.

Pero no murió, o al menos eso creyó, cuando una corriente lo recorrió, obligándolo a despertar por puro autoconvencimiento, escupiendo y sintiendo arcadas poderosas que le hacían vaciar todo el contenido de su estómago, esperando que de sus pulmones también.

Estaba confundido, no había algo que le dijera qué hora era o cuánto tiempo había pasado hasta que el mar se compadeció de él y lo lanzó a la orilla.

¿No estaba destinado morir en ese momento? ¿Cómo podía sortear así la baraja de su propia existencia y aparecer mágicamente en la orilla?

Se vio rodeado de algunas personas mientras gritaban palabras inentendibles para su cansado cerebro y de pronto un rostro conocido se acercó para mirarlo, jadeando en calma cuando lo reconoció.

–¿Cómo te llamas? —alguien intentaba mantenerlo despierto. –¿De dónde eres? ¿Dónde vives? ¿Recuerdas qué día es hoy? ¿Recuerdas lo que te pasó?

Esa persona sabía que era necesario bombardearlo de preguntas para que su cerebro poco a poco reaccionara, obligándolo a trabajar para evitar daños futuros.

–Yo... no lo sé. —se sinceró, sintiendo el vacío entre su cerebro.

Una laguna mental, algo que jamás había experimentado, pero que ahora era tan jodidamente molesto por no saber absolutamente nada de sí mismo.

–¿No recuerdas nada? ¿Algún amigo? ¿Compañero? —insistieron.

–Justo ahora no... —suspiró, mirando alrededor, encontrándose con los ojos verdes de aquella chica. –Hey, tú... tú eres Liz.

Ocean / Roier x EtoilesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora