Era miércoles por la mañana, Roier se estaba estirando para comenzar a correr, pero Etoiles lo interrumpió pidiéndole ir desayunar antes que nada.
Frunció el ceño y lo siguió hasta la cocina para encontrarse con un par de tostadas de atún con aguacate y jugo de naranja. Agradeció y se sentó en uno de los bancos para comenzar a comer, ganándose una mirada extraña de Etoiles quien lo juzgaba internamente por no lavarse las manos.
–Muchas gracias, saben muy bien. —sonrió, luego tomó un sorbo de jugo.
–No es nada, Roier. —respondió, sin emoción.
–Y... cuéntame de ti. ¿De qué trabajas? —soltó con tranquilidad.
Etoiles se tensó, pero Roier se adelantó para explicarse mejor.
–No quiero sonar invasivo, pero no creo que podamos convivir mucho si no sabemos nada uno del otro. Quizá eres un asesino y sólo estás esperando para matarme o algo así. —rio, dejando de reír cuando se encontró con la mirada pesada del hombre. –Lo siento...
–No, tienes razón, creo que sería grosero si no te cuento quién soy o qué debes hacer aquí. —aceptó, intentando quitar la mala cara.
–Sólo si tú quieres. —le sonrió de vuelta.
–Sabes que me llamo Etoiles, soy parte de la Marina y mi trabajo es cuidar los recursos marítimos, auxiliar, brindar seguridad, y ese tipo de cosas. —enumeró. –Y estoy a cargo de mi equipo. Vamos a salir del puerto en menos de una semana, tenemos planeado visitar algunos puertos y ayudar en el transporte de algunas cosas confidenciales.
Roier lo observaba con mucho interés, a pesar del cosquilleo que le recorría el estómago en repetición.
–¿Por qué estás pálido? —lo apuntó.
–Yo... —empezó con duda. –Le tengo miedo al mar.
–¿Alguna razón específica? —indagó, dando un trago a su jugo.
–No, ni siquiera conozco el mar, pero hay algo aquí que me hace inquietarme. —se señaló el pecho.
Etoiles rio, pero lo comprendió.
–¿Y te gusta? —continuó Roier.
–Me encanta, no hay nada que ame más que el mar y el océano, son los lugares donde me siento yo, donde me encuentro aunque esté perdido. Y me ha costado mucho llegar a donde estoy, no creo querer dejar eso nunca. —sonrió.
Roier se enterneció por ello, y luego recordó que no tenía algo destacable por decir o rescatar de su pasado, así que dejó de sonreír y se concentró en sus palabras.
–¿Y tú? —escuchó entre la bruma.
–¿Yo? —repitió indeciso.
Etoiles se dio cuenta de que la pregunta podía resultar contraproducente por lo que su respuesta pudiera develar, y se sintió un imbécil tan sólo por pronunciarlo.
–Oh... —razonó. –Bueno, yo he hecho esto desde que puedo recordar, así que no sé qué quisieras saber de mí.
La respuesta definitivamente no fue esperada por el contrario, quien entumeció sus facciones y se removió incómodo en su lugar, sin darle posibilidad a seguir preguntando de su vida, aunque no era importante en absoluto.
–¿Cuál es tu color favorito? —su boca reaccionó antes que la razón.
–¿Color? Uhm, rojo y azul, ¿negro? —respondió dubitativo.
–El mío es el verde. —sonrió. –Verde militar.
–Debía imaginármelo. —movió los ojos con burla y luego lo miró otra vez para inspeccionarlo.