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Ni siquiera supo cuánto tiempo se mantuvo con la misma cerveza en la mano, sin tomarla, y posiblemente totalmente caliente por haberla paseado una y otra vez hasta que se cansó.

Roier tomó una tras otra, cócteles y mojitos en partes iguales, sonriendo y bailando con tranquilidad, pero se veía perdido. Sabía bien que no sabía tomar y que ahora pareciera con urgencia de hacerlo no tenía sentido.

¿Por qué se veía tan cambiado?

Sólo habían pasado unos cuantos días, pero no se veía como él.

Espectó cómo bajó del banquillo y se acercó con dificultad hacia el baño, siendo seguido por el cenizo, a quien detuvo con un movimiento y le pidió quedarse para cuidar sus cosas; un bolsito colgando de la silla.

Caminó a cuestas hasta el pasillo del baño y desapareció.

Esa era su señal.

Observó que nadie de sus amigos lo siguiera y luego avanzó a paso rápido hasta que empujó la puerta de madera y lo buscó, habiendo ahí muy pocos hombres entrando y saliendo rápidamente.

No estaba él, así que sin que fuera muy evidente revisó los zapatos de todos en los cubículos, y cuando reconoció sus tenis negros se quedó esperando fuera hasta que abriera.

Tiró de la cadena, pasaron algunos segundos y luego abrió, siendo empujado de vuelta al interior, y escuchando un jadeó nervioso de él mientras intentaba alejarse del desconocido. Sus ojos ámbar se encontraron con los suyos y se paralizó, los párpados se abrieron, los labios temblaron y el brillo en sus ojos lo delató, pero luego se puso furioso y empezó a golpearle el pecho.

–N-no, vete. Tú no eres real. —jadeó. –Tú no eres real.

–Sí lo soy. —le sonrió.

–No, no lo eres. Eres un sueño, vete, sé que despertaré pronto.

La forma dulce en que su rostro hizo un puchero, su expresión mostró enojo y frustración, y luego sus manos pasearon por su rostro y pecho para asegurarse que era falso eran adorables.

–Sí, muy realista. Pero sé que no eres real, no eres tú. —insistió. –Tú me dejaste.

–No te dejé. —negó. –Al menos no por mi propia voluntad.

–Tú me dejaste, me dejaste solo. —siguió, sintiendo las mejillas humedecerse.

–No llores, estoy aquí. —le sujetó el rostro.

–No, no eres tú.

–¿Por qué no? —sonrió, limpiándole el rostro.

–Porque no me has besado. —se quejó.

Etoiles sonrió acercándose para alcanzar sus labios, llenándose de su gloss de fresa que le dio todo el sabor que necesitaba, con un toque extra de alcohol, pero siempre igual. Se quedó ahí, largo rato, besándolo, acariciándolo, soltando a través de sus nervios y esos besos descuidados toda la frustración de haberse perdido tanto tiempo de él, de su presencia.

Se separaron cuando Roier empezó a moverse con dificultad, derretido como mantequilla, hacia el tacto que ya conocía. Y se quedó acariciando sus suaves mejillas coloreadas mientras recuperaba el aliento.

–¿Estás bien?

–Te extraño, vuelve a casa. —le dijo Roier, adormecido.

–Estoy en casa. —le sonrió.

–¿En este baño? —se rio.

–No, estando contigo.

Roier soltó una risita dulce.

Ocean / Roier x EtoilesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora