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Debía ser un imbécil por haber aceptado el trato del hombre frente a él.

Roier estaba tumbado en la sala de la casa, con el peso del tanque que representaba Etoiles encima suyo, presionándolo hasta que lo hizo rendirse. Gimió de cansancio después de una mañana de dolor en cada uno de sus músculos.

Había alcanzado a resistir los estiramientos y ejercicios básicos que le impuso, pero su resistencia estaba jodida a partir de ahí, y tenerlo arriba de él no era satisfactorio en lo más mínimo.

Le había hecho levantarse a las 5:00 am., desayunó huevos con tocino y lo obligó a caminar, luego a correr y finalmente trotar en la caminadora que tenía en uno de los cuartos de la casa, que funcionaba como un pequeño gimnasio.

Roier no podía más, estaba seguro de que en cualquier momento vomitaría todo lo que su pequeño estómago había consumido, y quería llorar.

Sintió cómo el hombre encima suyo se relajaba y lo dejaba tranquilamente sobre la alfombra bajo suyo, con los hombros entumecidos y las piernas temblorosas. Ni siquiera las largas sesiones de sexo en toda su vida se sintieron como esto. Era como si le hubiera pasado un tráiler por encima, sólo quería morir.

–¿Qué pasa, niño bonito? ¿Te cansaste? —sintió la sonrisa en su oído.

Gimió cansado, no podía esforzarse siquiera en responder o sonreír, había perdido la capacidad del habla. Había perdido la capacidad de ser racional, y si pudiera responder con gemidos a partir de hoy, tomaría la iniciativa, sin dudar.

–Niño, apenas es el primer día. ¿Te vas a rendir? —se burló, una vez puesto de pie.

–Yo... no, no me rendiré. —alcanzó a decir antes de girarse y quedar boca arriba.

Etoiles miraba cómo su pecho se hinchaba sin parar, respirando con dificultad y abriendo los labios para que todo el aire posible llegara a sus pulmones. Sonrió pensando en que se había propasado con él en cuestión de ejercicios. Sabía que no podía aguantar ni un poco el ritmo que a él le había costado tomar, pero una parte de su cerebro lo obligaba a llevarlo al límite.

Quería saber en cuánto tiempo se rendía y deseaba volver a casa. Quería saber en cuánto tiempo su espíritu aventurero se quebraba y le pedía parar. Y aunque era apenas el primer día, estaba muy divertido con el desempeño del chico, sea lo que sea.

Porque se aferraba a su palabra, y quería salir de eso victoriosamente, porque era atento a sus palabras, a sus movimientos. Pero era terriblemente torpe, fácil de tumbar y aún más fácil de vencer.

Etoiles se sentó a su lado, apenas limpiándose con el antebrazo el ligero sudor que surcaba su frente, y lo inspeccionó un rato más mientras recuperaba la poca cordura que le quedaba.

–¿Cómo estuvo?

–Eres muy pesado. No lo entiendo, no tienes músculos. —se quejó.

–¡Hey! —se ofendió. –Claro que tengo y muy buenos, duros.

Roier rio con fuerza, con un brazo tapándole los ojos mientras seguía recuperando las energías.

–Sí, pero eres muy delgado, no lo aparentas. —lo miró, incrédulo.

–Bueno, eso es lo divertido. Que los demás piensen que no puedo hacerlo, y los sorprendo, dejándolos como estás tú ahora mismo. —le sonrió.

–Quizá tienes razón, pero también debes admitir que estás abusando de alguien que en su vida se ha ejercitado así. —jadeó, levantándose despacio del suelo y tomando su camiseta para limpiarse el sudor.

Ocean / Roier x EtoilesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora