Roier ni siquiera se había dado cuenta de que los meses pasaban lentamente, y es que la comodidad que sentía con él era evidente. Salían juntos a comer cuando él estaba en casa, hacían las compras juntos, dormían juntos y pasaban tiempo de calidad.
Le gustaba hablar y él lo escuchaba atentamente, aunque pareciera indiferente.
Se convenció de que su vida estaba siendo tan perfecta, como las de las películas que veía en televisión y se sorprendió también por estar tan relajado por tanto tiempo. Era curioso que después de haber trabajado tanto, por tantos años, ahora simplemente tuviera que estar recostado en el sillón comiéndose un litro de helado con total tranquilidad.
Limpiando la casa, armando rompecabezas o haciendo compras.
Y Etoiles se encargaba de complacer todo lo que él pedía, con algunas limitaciones, pero siempre cediendo o negociando.
Aún no lo convencía de dejarlo salir, y no tenía interés de insistirle porque lo había visto enojado algunas veces y era simplemente aterrador. Sin embargo estaba feliz, disfrutando de la tranquilidad que no tenía desde antes de cumplir la mayoría de edad.
Estaba aburrido, así que se quedó colgando de la ventana mientras miraba el mar a lo lejos, deseando salir a caminar un momento. Él no llegaría hasta dentro de tres días, así que aún le quedaban días de aburrición, mirando las nubes y sintiendo la brisa suave en su cabello.
–¡Hey! —escuchó un grito que lo asustó, asomándose hacia abajo.
Se encontró con la cabellera ceniza de Cellbit, el chico del supermercado, a quien saludaba usualmente si se lo encontraba.
–¡Hola Cellbit! —saludó, con una radiante sonrisa.
–No sabía que vivías aquí. Vaya suerte haberte encontrado. —sonrió, balanceándose en sus tobillos.
–Sí... Bueno, ahora lo sabes. —se rio.
–¿Y qué haces?
–Nada realmente, estoy un poco aburrido. —razonó.
–¿Nada por hacer hoy? —sonrió.
–Un poco aburrido el día. —aceptó. –¿Y tú qué haces aquí? Nunca te había visto.
–Voy a visitar a un amigo, tiene una banda y quiere que vaya a un ensayo.
–Qué bien, suena divertido. —jugó con sus manos.
–¿Quieres venir? —invitó.
–¿Yo? —sonrió.
–Claro. Si estás aburrido y no tienes nada por hacer, no veo por qué no. —siguió, recargándose en la barda de madera.
–Uh... No creo que pueda hacer eso. —titubeó.
–¿Por qué? —se cruzó de brazos. –¿Te regañan?
–No... pero no tengo cómo entrar. —recordó.
–Espera... ¿Estás encerrado aquí? ¿Estás bien? —elevó la voz.
–¡No! No... —gritó de vuelta. –Sólo no tengo llaves y no puedo salir.
–Roier... ¿Estás seguro de que estás bien? Eso no suena bien. —frunció el ceño.
–¡Sí! Estoy bien, es sólo que perdí mis llaves y no puedo salir por ahora, y... sí, sólo eso. —se sonrojó.
–¿Suena mal si te digo que sé abrir puertas? —se notó nervioso.
–Sí... ¿por qué lo sabrías? —se tensó.
–Larga historia... pero no es mala, lo prometo. —negó con las manos.