Cuando Roier despertó sintió que algo le había caído encima.
El dolor de cabeza era impresionante y supo que la había cagado por ser tan tonto y tomar para olvidarlo, irónicamente había tenido un sueño con él, soñó otra vez con sus labios y esa cara que tanto había imaginado, extrañándolo ahora que sentía la moral destruida y el estómago vacío.
No tenía nada en contra de Karl, pero el sazón de Etoiles era simplemente superior a todo, quizá porque era la primera comida real que degustaba en mucho tiempo. Se bañó con agua fría y luego apareció hecho una momia en el comedor, exigiendo algo de comer y beber.
Karl se estaba mordiendo las uñas y al verlo soltó un suspiro mientras se acercaba para servirle jugo de naranja fresco, y un tazón de sopa instantánea.
–¿Cómo te sientes? —empezó.
–Horrible. —sonrió. –¿Qué pasó?
–Tomaste muchísimo, no dejaste que te detuviera.
–Oh. Bueno, perdón. —se sonrojó, tomando el tenedor para pescar algunos fideos.
Karl lo inspeccionó y esperó hasta que terminó de comer y estuvo mejor para sentarse frente a él.
–¿Qué pasó? —dudó. –¿Quién se murió?
–Ay, Roier. Nadie. —negó. –Debo decirte algo.
–¿Ajá? —incitó.
–Hoy tienes una cita. —soltó.
Roier se carcajeó, con una mueca que casi hizo desaparecer sus párpados.
–No seas tonto, yo no acepto citas. —sonrió. –Qué cosas dices.
–Es en serio, vendrá por ti a las cuatro, debes vestir algo lindo, te ayudaré a estar listo. —siguió, sin parpadear.
–No, me estás mintiendo. —negó. –No haré eso, tú sabes que...
–Roier. —interrumpió. –Sé lo que digo, sé que lo necesitas, y sé que debes hacerlo. Soy tu amigo, pero siento que tienes que hacer esto. Por favor.
Su mirada indescifrable lo asustó.
No. ¿Qué había hecho ayer? ¿Por qué todo parecía tan confuso? ¿Por qué no se acordaba de nada?
Debía ser un tonto por fingir fortaleza y dejarse llevar entre trago y trago hasta que ya no supo ni dónde estaba. Lo único que recordaba era estar en la barra con Karl y Cellbit, pero después todo desapareció.
¿Con quién se había metido? ¿A quién le prometió una cita?
Esto no estaba bien. No cuando sabía bien dónde estaba su corazón aún, incluso después del dolor de una perdida, él sabía bien dónde estaba su mente en este momento, y no le agradó.
–No quiero ir, no sé de qué hablas. —siguió en negación.
–Sólo quiero estar seguro, sólo quiero asegurarme de que es lo que quieres. —sonrió, nervioso.
–Es que no lo quiero, tú sabes lo que siento.
–Y por eso sé que te hará bien. Confía en mí. —suplicó.
Roier se impresionó con su petición, se veía desesperado en cumplir algo, en conocer lo que su corazón intentaba cubrir, y se descolocó mientras pensaba en todo.
Para las cuatro, faltaban tres horas. Se despertó muy tarde y tardó en lo que se bañó y cambió y ahora faltaba poco para eso.
Se preguntó cómo debía vestir, o por qué parecía de vida o muerte que lo obedeciera, así que asintió lentamente y se concentró en beber agua con dificultad, sintiendo insistentemente la garganta seca.