Apenas inició el sábado sintió cómo ella le besaba todo el rostro para ayudarlo a desperezarse, abriendo con dificultad los párpados mientras escuchaba cómo parloteaba sobre los preparativos, que todas sus amigas estaban emocionadas, que el cura aceptó celebrar la ceremonia tan pronto como lo solicitó y de los pequeños adornos que tendrían, que no serían realmente muchos por lo repentino del momento.
Etoiles intentaba entender cada una de sus palabras mientras la miraba moverse hábilmente por todos lados, algo en él sabía que debía haber sido un golpe fuerte por no recordar exactamente cómo había pasado todo, pero de lo que está seguro es de haber estado con ella la última vez que estuvo ahí.
Ella le hablaba con un tono tan familiar, recordándole hechos que él sabía a la perfección, enlistando cosas que estaban en su subconsciente, y sólo se dedicó a poner atención mientras el torbellino de emociones de ella lo abrumaba tanto.
Debía haber estado muy borracho cuando se lo pidió, pero viendo el abultado vientrecillo que apenas y empezaba a hacerse notar, a pesar de los cinco meses que habían pasado, es que suspiró cansado por las estúpidas cosas que pudo decir y ahora simplemente se veían como manchas blanquecinas.
Ella le dijo que la ceremonia se celebraría a las dos de la tarde, que debía ir a alistarse con sus amigas, quienes ya tenían todo en sus manos. Que lo único que debía hacer era estar listo para presentarse en la pequeña capilla y sonreír.
A Etoiles se le dificultaba hacerlo, y la sola idea de él estando parado en un altar improvisado le daba vueltas, tornándose extraño, fuera de lugar.
Cuando ella por fin dejó de hablar y abandonó la habitación caminó con dificultad hacia el baño, dejando que el agua caliente le recorriera la espalda mientras organizaba sus pensamientos.
Había estado ya varios días durmiendo con ella, sintiendo cómo se aferraba a su pecho, sintiendo cómo se estremecía ante un trueno y él sintiendo ese impulso de apretar para que se mantuviera en su lugar.
Sintiendo sus besos fantasmales que no le hacían sentir alguna emoción, como si fueran tan cotidianos que simplemente son un gesto al que agradeces sin hablar. Pero no se sentía bien.
Mientras se tallaba es que le vino un recuerdo, estar bajo peligro y haberla protegido, sentir unos labios temblorosos aferrándose a los suyos y luego pedir que fueran a casa.
Luego otro, cuando la llevó a conocer el mar y la ternura le encogió el corazón por la hermosa imagen de sus tobillos desnudos sintiendo el oleaje tan bajo, como una caricia. Se recordó sonriendo, por algo como aquello.
Era difícil mantener la mente en calma cuando al salir y encontrar el traje sastre que usaría en su boda, la recordó a ella, jugando con su armario y haciendo un desastre cuando intentó volverlos a acomodar en su lugar.
Abrió el clóset y no se encontró con nada, ninguna ropa suya que fuera idéntica a sus recuerdos pero... ¿Entonces cómo recordaba eso?
Un golpe en la puerta lo sacó de su ensimismamiento y sin saber si era lo correcto abrir o no, decidió que sí, encontrándose de frente con una chica rubia que lo empujó con fuerza hacia el interior, sin moverlo mucho de su lugar.
–¿Por qué no me dijiste que te casabas? —espetó, combinando el inglés y el francés en diferentes palabras.
–Buenos días Baghs. —suspiró, conteniendo su furia.
–No tienes vergüenza. —intentó soltarse.
–Si te hace sentir más tranquila, yo tampoco lo sabía. —apenas sonrió.