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Cuando abrió la puerta como siempre, no esperó frenar de golpe al observar la cantidad de desorden que la sala arrojaba a primera vista, frunció el ceño y suspiró, dispuesto a no decir absolutamente nada porque estaba tan cansado que cualquier esfuerzo lo mataría.

Habían sido unas semanas extremamente pesadas, en transporte y cargamento de armas y suministros, viajando de ciudad en ciudad y no descansando bien; parte por los ronquidos de sus compañeros, parte por la sensación de vacío en su litera, sintiendo frío constante que lo perseguía aunque estuviera bien tapado.

Era frío de ausencia, que no se cubriría hasta llegar a casa.

Caminó, haciendo malabares para no pisar nada y observó un pequeño bulto cubierto con una manta, apenas envuelto torpemente y tirado en la alfombra, con la televisión encendida en el canal que nadie veía de infomerciales de madrugada.

Se devolvió a la entrada, dejó su mochila y sus botas, luego regresó para moverlo de ahí. Seguramente estaría entumido a estas alturas, pero no podía ser indiferente y dejarlo.

Apagó el televisor y se arrodilló, le acarició el rostro y él sólo se quejó, removiéndose para seguir durmiendo.

–Vamos a dormir arriba, Roier. —susurró, quitándole la manta de la cara.

–Mhm. —aceptó.

–Entonces vamos.

No se movió, de hecho sólo se intensificó su respiración adormilada.

Rodó los ojos y lo jaló lentamente, levantándolo en contra de su voluntad, y cuando estuvo de pie pasó su brazo detrás de sus rodillas y lo levantó, sin dificultad. Avanzó sorteando suerte para no pisar ninguna pieza de armar y caminó casi a ciegas hacia las escaleras, llevándolo hasta su habitación.

Apenas se aseguró de que estaba bien se giró para ir a la suya y sintió sus dedos aferrarse a su muñeca con rapidez, frunciendo el ceño porque estaba fingiendo dormir.

–Quédate conmigo. —exigió, totalmente adormilado.

No se negó, pero tampoco aceptó. Su silencio habló lo suficientemente alto como para hacer gimotear a Roier por la falta de respuesta. Sonrió, quitándose la ropa porque quería dejar atrás todo el polvo en ella, preocupándose por tomar un baño a la mañana siguiente.

Se acomodó con él, sirviendo de pared y suspirando cuando le pasó las manos tibias por el pecho, acercándose lentamente para calentarle la piel. Roier no estuvo conforme hasta que enterró su rostro en su cuello y sus labios le hicieron cosquillas, cerrando fuerte los párpados para poder concentrarse y dormir.

Se dejó vencer por el sueño que había necesitado por tantos días y sólo se despertó cuando la molesta luz de la ventana le dio de lleno en la cara, gruñendo mientras se giraba para escapar y se topó con el cuerpo de Roier que tampoco daba señales de vida.

Después de un rato de estrés por el trauma de despertar, decidió levantarse, recoger su ropa, llegar a su habitación y tomar una ducha relajante que se extendió algunos minutos más que de costumbre. Salió decidido a preparar algo para desayunar, pues no había comido nada desde el día anterior en la merienda, y optó por huevos revueltos y tostadas con aguacate.

Como era costumbre le gritó a Roier por su desayuno y después de casi quince minutos de espera, lo vio descender por las escaleras con su cara adormilada y cansada, dirigiéndose directamente a la alfombra para continuar con sus rompecabezas.

–Ni se te ocurra, ven a desayunar. —lo regañó, desde la isla de la cocina.

Roier bufó, pero le obedeció, acercándose lentamente para tomar asiento en su banquillo favorito y sólo tomó el tenedor con poco interés.

Ocean / Roier x EtoilesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora