13.

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Gareth sabía perfectamente bien qué cosas tomar del supermercado para hacer una buena cena. Había optado, desde hacía dos días, que haría pesto. Se veía a sí mismo haciendo la receta, que era tan habitual hacer en casa de su madre, solo porque le gustaba mucho a ella... y él siempre procuraba, a pesar de todo, dejarle un bote para que ella le agregara de esta salsa a los panes de la mañana... A pesar de todo (y de todo, de verdad), siempre le provocaba cierta paz imaginar que ella tenía que hacer un trabajo menos. Podía ser una tontería, pero no lo sabía... o buscaba no convencerse de que lo era. En realidad, no necesitaba dudar con esas cosas en ese punto de su vida, porque acababa de cumplir 20 años, e incluso, reconociéndose tan joven (porque sí, el embarazo de Sergio le había resultado una atrocidad, justificando su postura alegando que serían dos niños cuidando a tres), se decía a sí mismo que no quería seguir desperdiciando el tiempo, al lado de su madre, a quien claro, odiaba tanto como a su padre... pero que de alguna forma, buscaba no repeler, pero solo porque así como iba a ver a su padre, igual iba a visitarla a ella.

A veces (y solo a veces) ella le preocupaba... y no le gustaba el tipo con el que salía. A Gareth le resultaba nefasto, pero no sabía si era porque el hombre, como tal, lo era, o porque no le podía perdonar a un desconocido el cogerse a su madre, cosa que odiaba considerar porque le resultaba ofensivo. Tal vez, era una postura exagerada, pero es que alguien debía comprenderlo: ese era el mismo hombre por el que Gareth tenía miedo de entrar a la casa donde vivía su padre. Lo odiaba... pero le preocupaba.

Algo que había descubierto con el pasar de los años, al menos de los dieciocho, a los veinte, era que, a pesar de todo, su madre hacía un esfuerzo por volver a convivir por él... aunque no hablaban del tema de la custodia. Jamás lo hacían, y Gareth estaba bien con eso: no le interesaba el por qué había sido abandonado de esa forma, y no quería enterarse, a decir verdad. Por algún motivo, pensaba que eso iba a dolerle, y prefería seguir con la idea que ya había aceptado, que tampoco gustaba demasiado de pensar.

No iba a verla tan seguido, solo en contadas ocasiones, como la de aquel viernes.

Gareth salió del supermercado con dos bolsas, porque también gustaba de llevarle pastel, o pan, o cualquier cosa dulce, para amenizar las mañanas de café..., aquel día, eligió pastel de chocolate. Ni siquiera sabía si le gustaba, pero, con el tema de que ella hacía el esfuerzo, Gareth optó por no dudar de su decisión: ella no le diría si no le gustaba. Y eso estaba bien.

Siendo las cinco de la tarde, Gareth eligió apagar la música del auto. La tarde comenzaba a golpear el tablero del auto, reflejos naranjas nostálgicos rebotando contra el intenso pigmento azul de unos iris que buscaban concentrarse en el camino, solo porque odiaba el atardecer por aquella sensación que no podía sacarse de encima... Para su suerte, estaba en el último tramo del viaje: su mamá vivía al sur, casi a las afueras de la ciudad. Igual le desagradaba viajar hasta allá, pero buscaba quitarse la idea. Le gustaba manejar, manejaba bien, y rápido. No era por el camino, pero hacía el esfuerzo, eventualmente estacionándose en el aparcado para visitantes que ofrecía el conjunto residencial en el que su madre se había asentado hacía unos cinco años. Golpeó con suavidad el volante... y optó por bajar de una, tomando las llaves del auto con fuerza, abriendo la puerta de atrás para sacar las cosas.

Sus pasos largos lo llevaron a rápidamente tocar la puerta de la casa, su madre recibiéndolo rápidamente.

—¡Gareth! Pasa, hijo... ¿cómo estás? — ella se inclinó, aprovechando la fachada de la casa le ofrecía unos escalones para pasar, para darle un beso en la frente al inglés.

—Hey..., bien. — murmuró, apretando los labios, sujetando con fuerza ambas bolsas, y pasando a la casa como si fuera tímido, buscando no demostrarlo del todo. —¿Y tú?

Maybe I'm the problemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora