Capítulo 71: Caos Weasley parte 2.

44 4 2
                                    

Harry Potter pertenece a J.K. Rowling.

Solo nos pertenecen los OC

La Pirata de los Cielos

Para subrayar la importancia de los próximos exámenes, una serie de folletos, prospectos y anuncios relacionados con varias carreras mágicas aparecieron encima de las mesas de la mazmorra de Slytherin poco después de que las vacaciones finalizasen, y en el tablón de anuncios colgaron un letrero que decía:

ORIENTACIÓN ACADÉMICA

Todos los alumnos de quinto curso tendrán, durante la primera semana del trimestre de verano, una breve entrevista con el jefe de su casa para hablar de las futuras carreras. Las fechas y las horas de las entrevistas individuales se indican a continuación.



Dos días después, Céline llegó a la Oficina de Snape, para su Orientación Académica.

La profesora Umbridge estaba sentada con un sujetapapeles sobre las rodillas, una recargada blonda alrededor del cuello y una sonrisita petulante en los labios.

—Bueno, Volkova, esta reunión es para hablar sobre las posibles carreras que hayas pensado que te gustaría estudiar, y para ayudarte a decidir qué asignaturas deberías cursar en sexto y en séptimo —le explicó el profesor Snape—. ¿Has pensado ya qué te apetecería hacer cuando salgas de Hogwarts?

—Volveré a Koasefold inmediatamente, en cuanto... me encuentre graduada. —dijo ella, sorprendiendo a Snape —E ingresaré en la Universidad Gedkop, en donde esperaría graduarme como una Sabia Maga de la Reina, algo así como... quien interpreta la voluntad de las diosas lunares. Lo más similar a es, creo que sería...

—Astronomía entonces, Volkova —dijo Snape, sosteniendo en sus ojos, una mirada de súplica. No podía imaginarse, diciéndole a Lily, que su hija, a quien, por casi diez años, no había podido criar ni ver, no pensara en quedarse en esta dimensión. ¿Qué te interesaría estudiar?

—Alquimia, pero voy a hacerlo por correspondencia, dado que no se enseña en Hogwarts. —dijo ella —En consecuencia: Tomaré las clases normales y prepararé el EXTASIS de Astronomía.

—Puedes retirarte, Volkova —dijo Snape, luego de unos minutos. El hombre de cabello negro, sonrió, al ver como Umbridge lucía confundida. Como si no pudiera creer que alguien como Volkova, fuera a tomar por EXTASIS, una clase tan mundana y que luego, fuera a marcharse, no solo de Inglaterra o del Reino Unido, sino de la dimensión misma, justo en donde, ni el Ministerio de Magia, ni la Confederación Internacional de Magos, tenían ningún tipo de jurisdicción. La puerta se abrió e ingresó una joven, también de cabello rubio, pero ahora de ojos azules. —Bienvenida, Greengrass.


Snape salió agotado, luego de todas las entrevistas, a los de quinto año. Escuchó una explosión y esa misma explosión, causó que los cimientos del castillo se cimbraran. Al escucharlo, salió corriendo a buscar la fuente del alboroto, topándose con los Weasley, suspiró y arrojó algunos hechizos, para que nada de su caos, fuera permanente y siguió su camino, silbando una melodía, fingiendo no haberlos visto.


Filch irrumpió en el despacho de Umbridge. Parecía contentísimo por algo y hablaba solo, febrilmente, mientras cruzaba la habitación; abrió un cajón de la mesa de la profesora Umbridge y empezó a revolver los papeles que había dentro. —Permiso para dar azotes... Permiso para dar azotes... Por fin podré hacerlo... Llevan años buscándoselo... Sacó un trozo de pergamino, lo besó y fue rápidamente hacia la puerta, arrastrando los pies, con la hoja de pergamino abrazada contra el pecho.

Se oían gritos y jaleo provenientes del vestíbulo. Bajó a toda velocidad la escalera de mármol y encontró al colegio en pleno reunido allí.

La situación era muy parecida a la del día que despidieron a la profesora Trelawney. Los estudiantes estaban de pie formando un gran corro a lo largo de las paredes (Céline se fijó en que algunos estaban cubiertos de una sustancia que parecía jugo fétido); además de alumnos, también había profesores y fantasmas. Todos contemplaba a Fred y George, que estaban sentados en el suelo en medio del vestíbulo. Era evidente que acababan de atraparlos.

— ¡MUY BIEN! —gritó triunfante la profesora Umbridge, que sólo estaba unos cuantos escalones más abajo que Alex y Céline y contemplaba a sus presas desde arriba—. ¿Les parece muy gracioso convertir un pasillo del colegio en un pantano?

—Pues sí, la verdad —contestó Fred, que miraba a la profesora sin dar señal alguna de temor.

Filch, que casi lloraba de felicidad, se abrió paso a empujones hasta la profesora Umbridge. —Ya tengo el permiso, señora —anunció con voz ronca mientras agitaba el trozo de pergamino que Alex le había visto sacar de la mesa de la profesora Umbridge—. Tengo el permiso y tengo las fustas preparadas. Déjeme hacerlo ahora, por favor...

—Muy bien, Argus —repuso ella—. Ustedes dos —prosiguió sin dejar de mirar a los gemelos— van a saber lo que les pasa a los alborotadores en mi colegio.

— ¿Sabe qué le digo? —replicó Fred—. Me parece que no. —Miró a su hermano y añadió—: Creo que ya somos mayorcitos para estar internos en un colegio, George.

—Sí, yo también tengo esa impresión —coincidió George con rapidez. —Ya va siendo hora de que pongamos a prueba nuestro talento en el mundo real, ¿no? —le preguntó Fred.

—Desde luego —contestó George. Y antes de que la Profesora Umbridge pudiera decir ni una palabra, los gemelos Weasley levantaron sus varitas y gritaron juntos: — ¡Accio Escobas! —Todos escucharon un fuerte estrépito a lo lejos, miró hacia la izquierda y se agachó justo a tiempo. Las escobas de Fred y George, una de las cuales arrastraba todavía la pesada cadena y la barra de hierro con que la profesora Umbridge las había atado a la pared, volaban a toda velocidad por el pasillo hacia sus propietarios; torcieron hacia la izquierda, bajaron la escalera como una exhalación y se pararon en seco delante de los gemelos. El ruido que hizo la cadena al chocar contra las losas de piedra del suelo resonó por el vestíbulo. —Hasta nunca —le dijo Fred a la profesora Umbridge, y pasó una pierna por encima de la escoba.

—Sí, no se moleste en enviarnos ninguna postal —añadió George, y también montó en su escoba. Fred miró a los estudiantes que se habían congregado en el vestíbulo, que los observaban atentos y en silencio. —Si a alguien le interesa comprar un Pantano Portátil como el que han visto arriba, nos encontrará en Sortilegios Weasley, en el número noventa y tres del Callejón Diagon —dijo en voz alta.

—Hacemos descuentos especiales a los estudiantes de Hogwarts que se comprometan a utilizar nuestros productos para deshacerse de esa vieja bruja —añadió George señalando a la profesora Umbridge.

— ¡DETENEGANLOS! —Chilló la mujer, pero ya era demasiado tarde. Cuando ella, junto a varios hijos de Mortífagos empezaron a cercarlos, Fred y George dieron un pisotón en el suelo y se elevaron a más de cuatro metros, mientras la barra de hierro oscilaba peligrosamente un poco más abajo.

Fred miró hacia el otro extremo del vestíbulo, donde estaba suspendido el poltergeist, que cabeceaba a la misma altura que ellos, por encima de la multitud. —Hazle la vida imposible por nosotros, Peeves.

Y Peeves, a quien ningún alumno, ni maestro, jamás había visto aceptar una orden de un alumno, se quitó el sombrero con cascabeles de la cabeza e hizo una ostentosa reverencia al mismo tiempo que los gemelos daban una vuelta al vestíbulo en medio de un aplauso apoteósico de los estudiantes y salían volando por las puertas abiertas hacia una espléndida puesta de sol.






Albus Dumbledore, salía de Gringotts, hecho una autentica furia. Esos pequeños y avariciosos granujas de los Duendes, le impidieron ver la Bóveda de Bellatrix Lestrange, en donde Dumbledore estaba convencido, que estaba guardado alguno de los Horrocruxes de Voldemort.

La Pirata de los CielosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora