Capítulo 50: Beauxbatons y Durmstrang

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Harry Potter pertenece a J.K. Rowling.

Solo nos pertenecen los OC.


La Pirata de los Cielos

las clases se estaban haciendo más difíciles y duras que nunca, en especial la de Defensa Contra las Artes Oscuras.

Céline ya había descubierto que Moody era un impostor y solía seguirlo de un lado a otro, pero esa noche, le dejaría una muy buena y efectiva advertencia, al Mortífago quien anunció que les echaría la maldición Imperius por turno, tanto para mostrarles su poder como para ver si podían resistirse a sus efectos.

—Pero... pero usted dijo que eso estaba prohibido, profesor —le dijo una vacilante Hermione, al tiempo que Moody apartaba las mesas con un movimiento de la varita, dejando un amplio espacio en el medio del aula—. Usted dijo que usarlo contra otro ser humano estaba...

—Dumbledore quiere que les enseñe cómo es —la interrumpió Moody, girando hacia Hermione el ojo mágico y fijándolo sin parpadear en una mirada sobrecogedora—. Si alguno de ustedes prefiere aprenderlo del modo más duro, cuando alguien le eche la maldición para controlarlo completamente, por mí de acuerdo. Puede salir del aula. —Señaló la puerta con un dedo nudoso. Hermione se puso muy colorada, y murmuró algo de que no había querido decir que deseara irse. Alex y Ron se sonrieron el uno al otro. Sabían que Hermione preferiría beber pus de bubotubérculo antes que perderse una clase tan importante. Moody empezó a llamar por señas a los alumnos y a echarles la maldición imperius. Harry vio cómo sus compañeros de clase, uno tras otro, hacían las cosas más extrañas bajo su influencia: Dean Thomas dio tres vueltas al aula a la pata coja cantando el himno nacional, Lavender Brown imitó una ardilla y Neville ejecutó una serie de movimientos gimnásticos muy sorprendentes, de los que hubiera sido completamente incapaz en estado normal. Ninguno de ellos parecía capaz de oponer ninguna resistencia a la maldición, y se recobraban sólo cuando Moody la anulaba. —Volkova —gruñó Moody—, ahora te toca a ti. —Céline se adelantó hasta el centro del aula, en el espacio despejado de mesas. Moody levantó la varita mágica, lo apuntó con ella y dijo: — ¡Imperio! —Fue una sensación maravillosa. Céline se sintió como flotando cuando toda preocupación y todo pensamiento desaparecieron de su cabeza, no dejándole otra cosa que una felicidad vaga que no sabía de dónde procedía. Se quedó allí, inmensamente relajado, apenas consciente de que todos lo miraban. Y luego oyó la voz de Ojoloco Moody, retumbando en alguna remota región de su vacío cerebro: «Salta a la mesa... salta a la mesa...» Céline, obedientemente, flexionó las rodillas, preparado a dar el salto. «Salta a la mesa...» "Pero ¿por qué?" Otra voz susurró desde la parte de atrás de su cerebro. «Qué idiotez, la verdad», dijo la voz. Salta a la mesa... "No, creo que no lo haré, gracias" —dijo la otra voz, con un poco más de firmeza—. "No, realmente no quiero..." ¡Salta! ¡Ya! Lo siguiente que notó Céline fue mucho dolor. Había tratado al mismo tiempo de saltar y de resistirse a saltar. El resultado había sido pegarse de cabeza contra la mesa, que se volcó, y, a juzgar por el dolor de las piernas, fracturarse las rótulas. —Bien, ¡por ahí va la cosa! —gruñó la voz de Moody. De pronto Céline sintió que la sensación de vacío desaparecía de su cabeza. Recordó exactamente lo que estaba ocurriendo, y el dolor de las rodillas aumentó. —¡Mirad esto, todos vosotros... Volkova se ha resistido! Se ha resistido, ¡y la condenada casi lo logra! ¡Muy bien, Volkova, de verdad que muy bien! ¡No les resultará fácil controlarte!

—Por la manera en que habla —murmuró Céline una hora más tarde, cuando salía cojeando del aula de Defensa Contra las Artes Oscuras (Moody se había empeñado en hacerle repetir cuatro veces la experiencia, hasta que logró resistirse completamente a la maldición imperius)—, se diría que estamos a punto de ser atacados de un momento a otro.

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