Capítulo 70: Intento de Veritaserum y caos Weasley.

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Harry Potter pertenece a J.K. Rowling.

Solo nos pertenecen los OC.


La Pirata de los Cielos

Umbridge estaba convertida en una auténtica furia. Había sido burlada por Céline Volkova y Alex Potter. Ella sabía perfectamente, sobre la existencia de algún tipo de grupo de estudio, formado por Volkova y Potter, así que rebuscó entre los alumnos, invitándolos a su despacho, para que confesaran y así, hacer que encerraran a Volkova y a Potter en Azkaban, por ir en contra del Decreto de Enseñanza N.º 24.

—Bienvenido, querido. — ¿Su víctima elegida? Ron Weasley, era obvio e incluso era lógico: Weasley era amigo de Alex Potter y (en consecuencia, según creía Umbridge) de su hermana, así conocería sus secretos y si ella estaba en lo cierto, respecto a una violación al Decreto N.º 24, entonces los tendría a ambos en sus manos. Además de esto: La familia Weasley, eran aliados de Dumbledore —Por favor, toma asiento.

— ¿Qué hago aquí? —Preguntó Ron preocupado. Las tareas jamás habían sido lo suyo, pero no tenían que serlo, cuando había sido, amigo de Alex Potter y tenía a la Ratona de Biblioteca, para que le corrigiera los trabajos.

—Oh, tranquilo Sr. Weasley, es solo una charla sobre... sus notas, solo eso, ¿Quiere algo de beber? —Umbridge sonrió, cuando el mocoso, entusiasmado, le pidió rápidamente jugo de calabaza (al cual ella agregó tres gotas de Veritaserum) y él bebió el jugo, como si fuera un hombre que hubiera caminado por cuarenta años en un desierto, sin probar alimento o bebida alguna. Ella sonrió, cuando los ojos del mocoso se cristalizaron. —Veamos Sr. Weasley... —Se inclinó un poco hacia delante—.¿Qué está haciendo Albus Dumbledore?

—No lo sé.

Umbridge se quedó en silencio un momento. —En ese caso, haz el favor de decirme dónde está Sirius Black.

Ron notó una opresión en el estómago. Le tembló la mano con que sujetaba la taza de té, que repiqueteó contra el platillo. Incluso alguien como él, sabía que no debía de revelar nada de la Orden del Fénix. Ron no era tan débil mentalmente, como podría aparentarlo a pesar de su pereza para estudiar y pasarse todo el día, diciendo que era el mejor. Supo que tenía que fingir ante Umbridge. Se llevó una vez más la taza a la boca, con los labios apretados, y unas gotas de líquido caliente se derramaron por su túnica. —No lo sé —aseguró, quizá precipitadamente.

—Muy bien, Weasley, esta vez confiaré en tu palabra, pero te lo advierto: el Ministerio me respalda. Todos los canales de comunicación de entrada y salida del colegio están vigilados. Hay un regulador de la Red Flu que vigila todas las chimeneas de Hogwarts, excepto la mía, por supuesto. Mi Brigada Inquisitorial abre y lee todo el correo de lechuzas que entra y sale del castillo. Y el señor Filch vigila todos los pasadizos secretos de entrada y salida del castillo. Si encuentro la más mínima prueba de que... ¡PUM! El suelo del despacho tembló. La profesora Umbridge se desplazó hacia un lado y se sujetó a la mesa, impresionada. — ¿Qué ha sido eso? —Miraba hacia la puerta. Ron aprovechó la ocasión para vaciar la taza de té, casi llena, en el jarrón de flores secas que tenía más cerca. Oía que la gente corría y gritaba varios pisos más abajo. — ¡Vuelve al comedor, Weasley! —gritó la profesora Umbridge levantando la varita y saliendo muy deprisa del despacho. Ron le dio unos segundos de ventaja y salió tras ella para ver cuál era el origen de tanto alboroto.

No le costó mucho averiguarlo. Un piso más abajo reinaba un caos absoluto. Alguien había hecho explotar lo que parecía un enorme cajón de fuegos artificiales encantados.

Por los pasillos revoloteaban dragones compuestos de chispas verdes y doradas que despedían fogonazos y producían potentes explosiones; girándulas de color rosa fosforito de un metro y medio de diámetro pasaban zumbando como platillos volantes; cohetes con largas colas de brillantes estrellas plateadas rebotaban contra las paredes; las bengalas escribían palabrotas en el aire; los petardos explotaban como minas allá donde Ron mirara, y en lugar de consumirse y apagarse poco a poco, esos milagros pirotécnicos parecían adquirir cada vez más fuerza y energía. Filch y la profesora Umbridge estaban de pie, petrificados, en mitad de la escalera. Mientras Ron contemplaba el espectáculo, una de las girándulas más grandes por lo visto decidió que lo que necesitaba era más espacio para maniobrar, y fue dando vueltas hacia donde estaban la profesora Umbridge y el conserje, emitiendo un siniestro «¡Iiiiiuuuuu!». Ambos gritaron de miedo y se agacharon, y la girándula salió volando por la ventana que tenían detrás y fue a parar a los jardines.

Entre tanto, varios dragones y un enorme murciélago de color morado, que humeaba amenazadoramente, aprovecharon que había una puerta abierta al final del pasillo para escapar por ella hacia el segundo piso.

— ¡Corra, Filch, corra! —gritó la profesora Umbridge—. ¡Si no hacemos algo se dispersarán por todo el colegio! ¡Petrificus Totalus! —Un chorro de luz roja salió del extremo de su varita y fue a parar contra uno de los cohetes. En lugar de quedarse parado en el aire, éste explotó con tanta fuerza que hizo un agujero en el cuadro de una bruja de aspecto bobalicón, retratada en medio de un prado; la bruja corrió a refugiarse justo a tiempo, y apareció unos segundos más tarde apretujada en el cuadro de al lado, donde un par de magos que jugaban a las cartas se levantaron rápidamente para dejarle sitio. — ¡NO LOS ATURDA, FILCH! —gritó furiosa la profesora Umbridge, como si el conjuro lo hubiera pronunciado él.

— ¡Como usted diga, señora! —exclamó resollando el conserje, quien siendo un squib jamás habría podido aturdir aquellos fuegos artificiales. Corrió hacia un armario cercano, sacó de él una escoba y empezó a golpear con ella los fuegos artificiales. Unos segundos más tarde, la parte delantera de la escoba estaba en llamas.

Céline ya había visto suficiente; riendo, se agachó cuanto pudo, corrió hacia una puerta que sabía que estaba un poco más allá, oculta detrás de un tapiz, y entró por ella. Allí encontró a Fred y George, que, escondidos, escuchaban los gritos de la profesora Umbridge y de Filch e intentaban contener la risa. —Impresionante —admitió Céline en voz baja sonriendo—. Verdaderamente impresionante. El doctor Filibuster va a tener que cerrar su negocio, seguro...

—Gracias —dijo George, y se secó las lágrimas de risa de la cara— "Ay, espero que ahora intente un hechizo desvanecedor... Se multiplican por diez cada vez que lo intentas."

Aquella tarde los fuegos artificiales siguieron ardiendo y extendiéndose por el colegio. Pese a que ocasionaron graves trastornos, sobre todo los petardos, a los otros profesores no pareció importarles mucho.

Flitwick, al descubrir lo del hechizo desvanecedor, no dudó en usarlo hasta diez veces, teniendo más de cien canguros verde neón, saltando por doquier, divirtiendo a los alumnos de segundo año de Hufflepuff y Ravenclaw.

—¡Vaya! —exclamó la profesora McGonagall con sarcasmo cuando uno de los dragones entró en su clase y se puso a volar describiendo círculos y lanzando sonoros estallidos y llamaradas—. Señorita Brown, ¿le importaría ir al despacho de la Suma Inquisidora e informarle de que un dragón se ha escapado y ha entrado en nuestra aula?

El resultado de aquel jaleo fue que la profesora Umbridge se pasó la tarde corriendo por el colegio y acudiendo a los llamamientos de los otros profesores, ninguno de los cuales parecía capaz de echar de su aula a los fuegos artificiales sin su ayuda. Cuando sonó la última campana y volvían a la torre de Gryffindor con sus mochilas, Alex vio con inmensa satisfacción que la profesora Umbridge, completamente despeinada y cubierta de hollín, salía tambaleándose y sudorosa del aula de la profesora Sinistra. —¡Muchas gracias, profesora! —decía la profesora Sinistra con una sonrisa de diversión y satisfacción, por igual —. Me habría librado yo mismo de las bengalas, por supuesto, pero no estaba seguro de si tenía autoridad para hacerlo. —Y radiante de alegría, le dio con la puerta de la clase en las narices.


Aquella noche Fred y George fueron los héroes de la sala común de Gryffindor.

Hasta Hermione se abrió paso entre la emocionada multitud para felicitarlos. —Han sido unos fuegos artificiales maravillosos —dijo con admiración.

—Gracias —repuso George, sorprendido y complacido—. Son los Magifuegos Salvajes Weasley. El único problema es que hemos gastado todas nuestras existencias; ahora tendremos que volver a empezar desde cero.

—Pero ha valido la pena —añadió Fred mientras anotaba los pedidos que le hacían los vociferantes alumnos de Gryffindor—. Si quieres apuntarte en la lista de espera, Hermione, la Magicaja Sencilla vale cinco galeones, y la Deflagración Deluxe, veinte...


Abajo, en la Sala Común de Slytherin, Céline bufó, ante la perspectiva de reunirse con Snape, para la Orientación Académica.

Ella sabía perfectamente lo que quería hacer, cuando se graduara de Hogwarts: Volver a Koasefold.

Volver a ser una princesa, volver a ser una pirata.

La Pirata de los CielosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora