Capítulo 88: La Cueva del Horrocrux.

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Harry Potter pertenece a J.K. Rowling.

Solo nos pertenecen los OC.


La Pirata de los Cielos

Dumbledore caminaba con confianza, por los pasillos del colegio, una vez que se aseguró de que todo estuviera siendo protegido.

Decidió hacerlo, gracias al más reciente informe de Severus, que se resumió en: "Las Fuerzas del Señor Oscuro, están creciendo". Ya sabía él, que, para muchos de sus aliados, el querido Severus, no era digno de confianza. O creían que era un agente doble o solo un Mortífago que los espiaba y que Dumbledore permitía esto.

Pero Dumbledore guardaba al profesor de Pociones, muy cerca de su corazón y sabía que tenía su infinita confianza, gracias a que este año, le había dado al hombre de cabello grasiento, lo que tanto había deseado: Ser el profesor de DCAO.

Le dio instrucciones claras a Minerva y a Filius de prepararse para un posible ataque, el cual podría llegar en cualquier momento, según las advertencias de Severus. Y frunciendo el ceño, ambos hicieron caso, levantando todo tipo de protecciones.

Con eso listo, el director se Desapareció.

Albus se dio la vuelta y en el acto tuvo la espantosa sensación de que pasaba por un estrecho tubo de goma. No podía respirar y notaba una presión casi insoportable en todo el cuerpo; pero entonces, justo en el momento en que creía que iba a asfixiarse, las tiras invisibles que le oprimían el pecho se soltaron y se halló de pie en medio de un ambiente gélido y oscuro. Respiró a bocanadas un aire frío que olía a salitre.

Escuchó el susurro de las olas; una débil y fresca brisa le alborotaba el pelo mientras contemplaba un mar iluminado por la luna y un cielo tachonado de estrellas. Se hallaba sobre un alto afloramiento de roca negra y a sus pies el agua se agitaba y espumaba. Miró hacia atrás y vio un altísimo acantilado, un escarpado precipicio negro y liso de cuya pared parecía que, en un pasado remoto, se habían desprendido algunas rocas semejantes a aquélla sobre la que estaba. Era un paisaje inhóspito y deprimente: no había ni un árbol ni la menor superficie de hierba o arena entre el mar y la roca.

Se condujo hasta el mismo borde de la roca, donde una serie de huecos irregulares servían de punto de apoyo para los pies y permitían llegar hasta un lecho de rocas grandes y erosionadas, parcialmente sumergidas en el agua y más cercanas a la pared del precipicio. Era un descenso peligroso, avanzaba poco a poco, pues el agua del mar volvía resbaladizas esas rocas más bajas. El director notaba una constante rociada fría y salada en la cara. — ¡Lumos! —exclamó Dumbledore cuando llegó a la roca lisa más próxima a la pared del acantilado. Un millar de motas de luz dorada chispearon sobre la oscura superficie del agua, unos palmos más abajo de donde el director se había agachado; la negra pared de roca que tenía al lado también se iluminó. —Allí está. Dumbledore, con la agilidad propia de un hombre mucho más joven, saltó de la roca lisa, se zambulló en el mar y empezó a nadar con elegantes brazadas hacia la oscura grieta de la pared de roca sujetando con los dientes la varita encendida. El agua estaba helada; las empapadas ropas se inflaban y le pesaban. Respirando hondo un aire que le impregnaba la nariz de olor a salitre y algas, emprendió el camino hacia la titilante luz que ya se adentraba en el acantilado. La fisura pronto dio paso a un oscuro túnel y Albus dedujo que aquel espacio debía de llenarse de agua con la marea alta. Sólo había un metro de distancia entre las viscosas paredes, que brillaban como alquitrán mojado. Estaba de pie en medio de la cueva, con la varita en alto; se dio la vuelta despacio y examinó las paredes y el techo. —Sí, es aquí —dijo. —Esto sólo es la antecámara, una especie de vestíbulo —comentó el profesor al cabo de unos momentos—. Tenemos... —sacudió la cabeza varias veces, lamentando hallarse allí, solo y en la oscuridad. Hubiera traído a Alex Potter quizás o a la poderosa Céline Volkova, o incluso quizás a los hermanos Weasley. Pero no sabía que tanto podía seguir confiando, en cualquiera de ellos cuatro. Se acercó a la pared de la cueva y la acarició con los renegridos dedos mientras murmuraba unas palabras en una lengua desconocida. Recorrió dos veces el perímetro de la cueva tocando la áspera roca; a veces se detenía y pasaba los dedos repetidamente por determinado sitio, hasta que al fin se quedó quieto con la palma de la mano pegada a la pared. Dumbledore se apartó de la pared y apuntó hacia la roca con la varita. El contorno de un arco se dibujó en la pared; era de un blanco resplandeciente, como si detrás brillara una intensa luz. Había vuelto a concentrarse en la sólida pared de la cueva. No intentó ningún otro sortilegio, sino que se quedó inmóvil contemplándola con atención, como si leyera algo extremadamente interesante. — ¡No es posible! ¡Qué ordinariez! —gruñó para sí mismo ¿Un pago de sangre? Eres patético, Tom. —Y usando su mano herida, la pasó por la pared y pudo continuar. El refulgente arco había aparecido de nuevo en la pared, y esta vez no se borró: la roca del interior, salpicada de sangre, se esfumó dejando una abertura que daba paso a una oscuridad total.

Ante él surgió un panorama sobrecogedor: se hallaba al borde de un gran lago negro, tan vasto que Albus no alcanzó a divisar las orillas opuestas, y situado dentro de una cueva tan alta que el techo tampoco llegaba a verse. Una luz verdosa y difusa brillaba a lo lejos, en lo que debía de ser el centro del lago, y se reflejaba en sus aguas, completamente quietas. Aquel resplandor verdoso y la luz de las dos varitas eran lo único que rompía la aterciopelada negrura, aunque no iluminaban tanto como Albus habría deseado. Por decirlo de alguna forma, se trataba de una oscuridad más densa que la habitual. Siguió caminando, pero el paisaje no cambiaba: a uno de los lados tenían la áspera pared de la cueva; al otro, una negrura infinita, lisa y vítrea, en medio de la cual brillaba aquel misterioso resplandor verdoso. El lugar y el silencio eran opresivos e inquietantes.

Una gruesa cadena verde metálico apareció como por ensalmo; salió de las profundidades del lago y llegó hasta el puño de Dumbledore. Éste la tocó con la varita y la cadena empezó a resbalar por su puño como una serpiente y se enroscó en el suelo con un tintineo que reverberó en las paredes de roca, al mismo tiempo que tiraba de algo que iba emergiendo del agua. Harry dio un grito de asombro al ver cómo la fantasmal proa de una pequeña barca emergía a la superficie; era del mismo color que la cadena y despedía un extraño resplandor. La embarcación se deslizó alterando apenas el agua y se dirigió hacia el tramo de orilla donde estaba él.

La luz procedía de una vasija de piedra, parecida al pensadero, colocada encima de un pedestal.

Dumbledore se acercó a la vasija y miró en el interior y vieron que contenía un líquido verde esmeralda que emitía aquel resplandor fosforescente. Se subió una manga de la túnica y acercó los dedos a la superficie de la poción. —Así que no puedo tocar la poción, ¿eh? —Recordó los cadáveres e invocó con la varita, un muro de fuego a su alrededor, mientras agarraba una piedra, creaba un plato hondo y en este, caía la poción, permitiéndole a Dumbledore proceder a beberla.

Cuando estaba a punto, se detuvo y realizó tres complicados movimientos de varita, haciendo aparecer a otro Albus, quien le daría la poción, pues desconocían, lo que causaba.

Los otros dos Dumbledore, liberaron un muro circular de fuego, que hizo chillar a los Inferus, cuando se acercaron y todos ellos murieron carbonizados.


Sus copias desaparecieron y el anciano se derrumbó sobre el pedestal, alcanzando el Horrocrux, haciéndolo sonreír. Dumbledore abrió la boca y su rostro adoptó una expresión de horror, incrédulo ante lo que veía, pues él sabía que el Guardapelo de Salazar Slytherin, ya había sido destruido, hace un año. Lo abrió leyó una nota en su interior y una lagrima se derramó por su mejilla. Viendo como la vida se le escapaba y como no sería él, quien podría matar al Señor Tenebroso. Sus fuerzas lo abandonaron, su corazón latía cada vez más lento. ―No. No... no. Yo... yo no puedo morir aquí. —y la vio aparecer. Era la Parca. ¡Era real! Y no solo venía por su alma, también por su propiedad: Su varita mágica. Albus vio la varita desvanecerse de la faz de la tierra —No quiero... por favor... no... no...

Tienes una deuda que pagar conmigo, Albus. —dijo la parca —Ya es hora.

Abandonado junto al cadáver de un anciano, quedó un Guardapelo y algo brilló en su interior.

Un mensaje escrito y dirigido a su enemigo:

Para el Señor Tenebroso. Ya sé que moriré mucho antes de que leáis esto, pero quiero que sepáis que fui yo quien descubrió vuestro secreto.

He robado el Horrocrux auténtico y lo destruiré en cuanto pueda.

Afrontaré la muerte con la esperanza de que, cuando encontréis la horma de vuestro zapato, volveréis a ser mortal.

R.A.B.

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