Harry Potter pertenece a J.K. Rowling.
Solo nos pertenecen los OC.
La Pirata de los Cielos
Era definitivo.
¡Que lo esculpieran en piedra y si querían, pues también lo escribieran en pergamino!
Pero, en definitiva, ella: Céline Volkova, princesa de Astraksa y Søgvinger, ODIABA CON TODA SU ALMA, los Trasladores.
—Buenos días, Basil —saludó el señor Weasley, cogiendo la bota y entregándosela en mano al mago de la falda, que la echó a una caja grande de Trasladores usados que tenía a su lado. Harry vio en la caja un periódico viejo, una lata vacía de cerveza y un balón de fútbol pinchado.
—Hola, James. —respondió Basil con voz cansina —Has librado hoy, ¿eh? Qué bien viven algunos... Nosotros llevamos aquí toda la noche... Será mejor que salgáis de ahí: hay un grupo muy numeroso que llega a las cinco y quince del Bosque Negro. Esperad... voy a buscar dónde estáis... Potter... Potter... —Consultó la lista del pergamino. —Está a unos cuatrocientos metros en aquella dirección. Es el primer prado al que llegáis. El que está a cargo del campamento se llama Roberts. Diggory... segundo prado... Pregunta por el señor Payne.
—Gracias, Basil —dijo James, y les hizo a los demás una seña para que lo siguieran. Se encaminaron por el páramo desierto, incapaces de ver gran cosa a través de la niebla. Después de unos veinte minutos encontraron una casita de piedra junto a una verja. Al otro lado, Alex y Céline vislumbraron las formas fantasmales de miles de tiendas dispuestas en la ladera de una colina, en medio de un vasto campo que se extendía hasta el horizonte, donde se divisaba el oscuro perfil de un bosque. Se despidieron de los Diggory y se encaminaron a la puerta de la casita.
Había un hombre en la entrada, observando las tiendas. Nada más verlo, Alex reconoció que era un Muggle, probablemente el único que había por allí. Al oír sus pasos se volvió para mirarlos. — ¡Buenos días! —saludó alegremente James.
—Buenos días —respondió el Muggle.
— ¿Es usted el señor Roberts?
—Sí, lo soy. ¿Quiénes son ustedes?
—Los Potter... Tenemos reservadas dos tiendas desde hace un par de días, según creo.
—Sí —dijo el señor Roberts, consultando una lista que tenía clavada a la puerta con tachuelas—. Tienen una parcela allí arriba, al lado del bosque. ¿Sólo una noche?
—Efectivamente —repuso James.
—Entonces ¿pagarán ahora? —preguntó el señor Roberts.
— ¡Ah! Sí, claro... por supuesto... —Se retiró un poco de la casita y le hizo una seña a Lily para que se acercara—. "Ayúdame, Lily" —le susurró, sacando del bolsillo un fajo de billetes Muggles y empezando a separarlos—. Éste es de... de... ¿de diez libras? ¡Ah, sí, ya veo el número escrito...! Así que ¿éste es de cinco?
— ¡Ah, ya, ya...! No sé... Estos papelitos...
— ¿Son ustedes extranjeros? —inquirió el señor Roberts en el momento en que Lily volvió con los billetes correctos.
— ¿Extranjeros? —repitió James, perplejo.
—No es el primero que tiene problemas con el dinero —explicó el señor Roberts examinando al señor Potter—. Hace diez minutos llegaron dos que querían pagarme con unas monedas de oro tan grandes como tapacubos.
— ¿De verdad? —exclamó James nervioso.
El señor Roberts rebuscó el cambio en una lata. —El campamento nunca había estado así de concurrido —dijo de repente, volviendo a observar el campo envuelto en niebla—. Ha habido cientos de reservas. La gente no suele reservar.
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La Pirata de los Cielos
Fiksi PenggemarSi Albus Dumbledore, hubiera sido humilde y no hubiera intentado manipular dos profecías (una consciente de su existencia, pero no la otra), entonces, el resultado podría haber sido otro: Él permitió que su arrogancia, le superara. Y todo se arruinó...