Cap 52

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- No me sueltes -
(Relato sobrenatural)

La alegría se había esfumado de aquella casa cuando Lola, de 14 años, desapareció sin dejar rastro mientras volvía del colegio.  Dos años después, también huyó la esperanza cuando los análisis demostraron que la mandíbula encontrada durante unas obras pertenecía a la pequeña.

Sus padres, que hasta ese momento se habían mantenido fuertes, se derrumbaron e intentaron lidiar con la pérdida cada uno a su manera. Por un lado, su padre sumido en un mutismo casi absoluto, deambulaba por la casa arrastrando los pies con la mirada perdida y enturbiada por el alcohol. Por otro lado su madre, con los nervios destrozados, se refugiaba en interminables proyectos que la dejaban exhausta al final del día, sin tiempo para pensar en todas las horribles cosas que le podrían haber hecho a su hija antes de morir.

Y en el medio Irene, la hermana de 11 años de Lola. Porque si los adultos lo estaban pasando mal por haber perdido a una hija, ella se  había llevado la peor parte. No solo había perdido a su hermana, sino también a sus padres. Aunque trataran de ocultarlo, en lo más hondo de su alma culpaban a Irene de la desaparición de Lola. ¿La razón? Sencillamente, ella había fingido estar enferma aquel día para no ir al colegio, y por esa mísera razón, su hermana había tenido que volver sola.

Irene aprendió a lidiar con la pérdida y la culpa como mejor sabía: encerrada en su cuarto la mayor parte del tiempo, fingiendo que Lola no había desaparecido y hablando con ella como si aún estuviera allí. Para Irene, su hermana mayor seguía siendo su mejor amiga y confidente. Le contaba sus días, sueños y anhelos, y cada noche antes de que Morfeo la visitara, le pedía que la perdonara.

Otro año pasó y llegó el tercer aniversario de la desaparición de Lola. El día amaneció lluvioso y gris, como si quisiera desafiar a los meteorólogos que lo habían pronosticado soleado y cálido, para estar acorde con el humor de Irene.

La muchacha decidió no ir al instituto aquel día, y a sus padres, al igual que todo lo demás relacionado con su hija pequeña, ya no les importaba lo más mínimo lo que hiciera. Mientras Irene estaba en su cuarto viendo cómo caía la lluvia sobre el descuidado jardín, la vio, y su corazón se detuvo. En la acera de enfrente, bajo su paraguas rojo favorito, estaba Lola, mirándola y saludándola con la mano sin detenerse. Irene salió corriendo descalza tratando de alcanzarla, pero cuando llegó a la calle, solo tuvo tiempo de ver cómo Lola y su paraguas desaparecían tras la esquina. Sin importar el dolor de sus pies ni la lluvia que calaba sus huesos y hacía que la ropa se pegara a su cuerpo, persiguió aquel paraguas rojo durante sabe Dios cuánto tiempo mientras gritaba el nombre de su hermana. Pero el cuerpo tiene su límite, y empezó a darle avisos de que debía desistir, y fue justo en ese momento en que la vio nitidamente de nuevo parada frente a un callejón. Entonces la miró, le sonrió desde donde le sonrió y se adentró en la oscuridad. Irene corrió hasta allí, esperando encontrar a Lola para abrazarla, pero, sin embargo, lo que halló fue a un grupo de hombres que, con intenciones nefastas, le cortó el paso, y se abalanzó sobre ella intentando arrebatarle la virtud y con ella la poca inocencia que aún conservaba.

Irene intentó retroceder, pero al mirar atrás comprendió que no había huida posible, ya que otro grupo de hombres de miradas lascivas y rostros pétreos caminaban hacia ella. En medio de la desesperación y el miedo, cuando todo parecía perdido, escuchó una voz a su lado, solo tres palabras:

- No me sueltes.

Entonces, un resplandor surgió en la penumbra. La figura espectral de Lola, se materializó entre las sombras. Era una visión aterradora con la mandíbula colgando y cubierta de sangre. El aura terrorífica de Lola envolvió el callejón, con sus ojos reflejando un fuego infernal mientras gritaba:

"¡ESTO QUE ME HABÉIS HECHO, LO PAGARÉIS CON VUESTRA SANGRE!"

Los hombres, sobrecogidos por esta manifestación inexplicable, intentaron retroceder instintivamente, pero no llegaron muy lejos antes de caer muertos, todos ellos con las mandíbulas arrancadas y en sus rostros una mirada de terror. Irene cerró los ojos para no ver aquella escena dantesca, y cuando se atrevió a abrirlos, ante ella solo quedaban dos cosas: un paraguas rojo y la certeza de que Lola había reclamado su venganza.

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