Navidad de Pesadilla
La Navidad, mi época del año predilecta, se transformó en un torbellino de pesadillas inimaginables. Después de la cena de Nochebuena, mi primo Juan y mi tía Ana se quedaban a dormir en nuestra casa, como era tradición. Pero esa noche, la promesa de regalos y la magia navideña se tornaron en un oscuro abismo de terror.
Después de que los ronquidos de mi padre llenaran la casa, Juan y yo decidimos aventurarnos en la madrugada, desafiando las normas impuestas por la figura mitológica de Santa Claus. Nos escondimos detrás del sofá, con nuestra manta lista para ocultarnos en caso de necesidad.
Mientras devorábamos chocolate robado de la cena, un estruendo ensordecedor surgió de la chimenea. La incertidumbre se apoderó de nosotros, ¿deberíamos salir de nuestro escondite? Las dudas persistieron, temiendo que la intervención nos privara de los regalos ansiados.
Entonces, unos pies enormes emergieron de la chimenea. La respiración se volvió superficial; la presencia de Santa se volvió palpable. Pero la ilusión se desvaneció cuando sus ojos, en lugar de reflejar la benevolencia esperada, revelaron profundidades oscuras y sin fondo.
Juan apretó mi brazo con fuerza, susurrando con pavor, "Tenemos que irnos, creo que esto es peligroso". Mi mirada se fijó en Santa, cuya figura parecía distorsionarse en la penumbra. Sin previo aviso, se giró hacia nosotros.
En lugar de la risa jovial, una voz aterradora nos advirtió, "Si gritan, acabarán como ellos". El terror nos paralizó. Abrrió su saco, y el líquido rojo que contenía se reveló como sangre. El salón se sumió en una pesadilla; vísceras y órganos salían grotescamente del saco.
Juan no pudo contener un grito, y la locura se apoderó de él. Intenté sofocarlo, pero su desesperación era incontrolable. Santa se acercó, y sus ojos penetraron en mi alma. Cerré los ojos, tapándome los oídos, negándome a ser parte de esa atrocidad.
Cuando volví a abrir los ojos, Juan había desaparecido. Mis padres encendieron la luz, revelando un salón empapado en sangre y un cuchillo en el centro. Nadie creyó mi relato. Me encerraron en un centro, aislado de una realidad que nadie quería aceptar.
La verdad persiste en mi mente, la sombra de aquella noche me atormenta. Nunca debí levantarme en la Nochebuena. Aquellos que buscan la magia navideña ignoran los horrores que acechan en la oscuridad. La sangre de Juan aún mancha mis recuerdos, y la mirada de Santa Claus sigue acechándome en mis pesadillas.                     

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