Una noche me fui de parranda. En una fiesta conocí a una mujer demasiado bella. De allí salimos y nos fuimos a una habitación. Cuando ella se estaba quitando su última prenda. descubrió ante mi un perfecto cuerpo trigueño. Mi mirada la recorrió desde sus pies hasta su espalda. Ella me daba la espalda.
Después mi mirada se fijó e su lisa cabellera negra, la cual expelía un rico olor a lavanda. Estaba a punto de desvestirme cuando la mujer volteó hacia mí. Mi corazón se detuvo por segundo y un miedo pasó a toda velocidad por todo mi cuerpo dejándome horrorizado, pues el rostro que la bella chica me mostraba era el de una burra.
Salí a como pude de la habitación y me fui directamente a mi casa. Allí estaba Cristina mi bella mujer, dormida como una bebé. Un profundo sueño era su compañía. Ella, a lo que tenía entendido, no estaba al tanto de mis aventuras nocturnas con otras mujeres.
Al día siguiente no pude dejar mi cama, me sentía agotado, pues toda la noche soné a ese engendro que había perturbado para siempre mi vida. Sin más remedio, pedía días de licencia en mi trabajo pues un terrible miedo me acosaba por todo el día, todos los días.
En mi mente escuchaba rebuznes y por las noches veía sombras que se asemejaban a aquella mujer con cabeza de burra. Mi esposa, Cristina, me atendía mientras me preguntaba que es lo que me ocurría mientras yo le contestaba quera era estrés.
Pasaron los días que había solicitado de licencia, pero me negué a regresar al trabajo. Las pesadillas no me dejaban dormir; Noches inquietantes era las que vivía, dondequiera que veía mujeres guapas, veía rostros de mulas que se transformaban. La situación empeoró durante la quinceañera de mi cuñada, Soledad. Cada rostro juvenil y bello se convertía en una máscara de mula, obligándome a disculparme y pedir permiso para marcharme. Cristina, siempre tan comprensiva, aceptó sin hacer preguntas.
Esa noche, Cristina llegó a casa con una sonrisa malévola, distorsionada de un modo que nunca había visto antes en ella. "Hola, infiel, todas mías," murmuró, y en ese momento sentí que la habitación se oscurecía, como si las paredes mismas estuvieran absorbiendo la luz. Allí supe todo, ella ya sabía de todas mis infidelidades.
Con movimientos lentos y deliberados, Cristina levantó el colchón de la cama y sacó una pequeña muñeca vestida con un traje, pero con una cara de asno. El aire se volvió más pesado, más frío; cada palabra y acción parecía moverse a través de un espeso jarabe de tiempo y espacio distorsionado.
"¿Sabes qué es esto, Braulio? Fui con una bruja y te puse en el camino del espíritu de la Sayona," me dijo, mostrándome la muñeca. "Una mujer con cara de mula que aparece ante los infieles. ¿Dejarás de ser infiel ahora?"
Mi corazón latía tan fuerte que podía oírlo en mis oídos, un redoble de tambor ensordecedor que subrayaba la gravedad de mis acciones y la profunda malevolencia que había impulsado a mi propia esposa a realizar tal acto.
"¿Cristina, hiciste todo esto?" tartamudeé, sintiéndome enfermo y al mismo tiempo descubierto, desnudo ante ella.
Ella se acercó lentamente y me besó en la frente, su aliento olía a una mezcla de dulzura y algo más oscuro, indescriptible. "Así es, querido. Y no tendrás paz hasta que dejes tus erradas maneras."
Desde ese momento, me mantuve en un camino recto, aterrorizado de las consecuencias que podría enfrentar de otra manera. Me convertí en un hombre de familia, fiel a mi esposa Cristina.
Las sombras que alguna vez me acosaban se desvanecieron gradualmente, pero el recuerdo de aquella noche y el amor tóxico que llevó a Cristina a hacer lo que hizo, nunca desapareció. Ahora, cada vez que miro a mi esposa, no puedo evitar preguntarme qué otras cosas podría ser capaz de hacer por amor... o por venganza. Créditos a su autor original.