ESQUIZOFRENIA
—Señor Johnson, aquí dice que tiene esquizofrenia con tendencias violentas graves —murmuró el psiquiatra revisando las anotaciones; sus anteojos de lectura descansaban en su nariz—. Compartir algo conmigo no reducirá su condena en prisión —siguió—, pero puede limpiar su conciencia de alguna forma. ¿Lo entiende?
Asentí.
—Y, bueno… ¿Con qué le gustaría empezar?
—Las voces —dije, observando el techo granulado.
—Voces, umm… ¿Son amenazantes?
—A veces.
—¿Lo hacen enojar?
—Podría decirse.
—¿Las oye ahora?
—No.
El psiquiatra suspiró. Hice un gesto de dolor a medida que se hundía en su silla de mimbre.
«¿Cuánto tiempo más me queda con este criminal de mi3rda?».
—Alrededor de treinta y cinco minutos, doctor —le respondí apretando los dientes.
Sorprendido, me contestó:
—¿Disculpa?
—Tienes que hablar con este criminal de mi3rd4 por treinta y cinco minu… Espera, por treinta y cuatro minutos.
—Pe… Pero ¿a qué te refieres?
«¿Puede oír lo que pienso?».
—Sí, puedo.
—Ah, eh… cuán único. ¿Puedes oír lo que estoy pensando en este momento?
—Básicamente.
—Oh por Dios —dijo, entrando en pánico—. ¡Cre… Creo que te deberías ir!
—¿Pero qué hay de mi consciencia? —lancé en un tono sarcástico.
Revolvió sus pies y corrió hacia la puerta. La abrió y cerró sus ojos con fuerza, apuntando a la salida:
—¡Vete, por favor!
Me empujé del sofá y caminé hacia la puerta.
«No pienses en tu hija, no pienses en lo que le haces».
Me paré en seco y me di la vuelta:
—¿Disculpa? ¿Y qué le haces a tu hija?
Lo vi con repulsión y puse ambas manos en su cuello:
—¡Put0 enf3rmo de mi3rd4!