El Trato Macabro en las Montañas de Guerrero
Don Felipe, el campesino que habitaba cerca del lúgubre rancho de Pinotepa Nacional en Oaxaca, se dedicaba a la inquietante compra y venta de animales de establo. En un día sombrío, aquejado por la falta de recursos, anhelaba adquirir dos borregos sementales. Arrastrando la cabeza agachada, avanzaba mientras tiraba de uno de sus burros.

En su camino, se cruzó con su compadre Manuel, quien inquisitivamente le preguntó:

¿Por qué tan enfadado, Felipe? Si tan hermosa es la vida.
La respuesta de Felipe fue desgarradora:

Gracias a Dios. Pero a ti no te falta nada, Manuel. Tienes una casa tenebrosa, un carro siniestro y lo más inquietante, todos los días tienes para comer. Lo más extraño es que no sé ni a qué te dedicas; nunca te he visto trabajar.
Al percatarse de que el viejo Felipe se alejaba, Manuel le gritó:

Bueno, ¿y cuánto dinero tienes, compadre?

Solo 50 pesos en plata y necesito vender este maíz que traigo en los burros para poder comprar dos borregos. Lo malo es que cuestan mucho y no creo poder completar.

Movido por compasión, Manuel le dijo:

Presta atención, Felipe. Te llevaré a donde se encuentran las criaturas más aterradoras para vender, pero sé honesto, con tus 50 pesos no te alcanzará para nada. Ahora verás cómo tejí mi fortuna y de dónde extraigo mis ganancias. Nos dirigiremos a lo más alto de la montaña, donde se alzan los ranchos más oscuros. Ahí, obtendremos a tus criaturas. De una vez te advierto, el camino será una pesadilla.
Ambos caminaron durante todo el día hasta que la oscuridad envolvió el entorno. Felipe, temeroso por acercarse a un lugar peligroso, ya que la gente del pueblo susurraba sobre la presencia de seres sobrenaturales, no dejó que su miedo se manifestara y continuaron su camino.

Alrededor de la una de la madrugada, Manuel comentó:

Detente, compadre. Hemos llegado. Espérame aquí y escucha lo que escuches, veas lo que veas, no tengas miedo ni huyas. Si permaneces en silencio, no te ocurrirá nada.
Manuel se escondió detrás de unos árboles, y Felipe permaneció sentado en una piedra durante unos minutos. De repente, escuchó los aullidos angustiosos de Manuel, quien se retorcía en el suelo mientras se transformaba en una criatura. Se aproximó a Felipe, pareciendo un coyote de proporciones aterradoras, musculoso, con mandíbulas alargadas y dientes afilados.

Con una voz siniestra, la bestia le dijo a Felipe:

Ahora, querido amigo, cumpliremos con tu encargo. No temas, no te haré daño. Finalmente, conocerás cómo tejí mi fortuna.
Incredulidad invadió a Felipe, quien, asombrado, siguió a Manuel mientras caminaban durante una hora más. Manuel señaló:

Hasta aquí hemos llegado. Espérame entre estos árboles y no te vayas sin mí. Regresaré en un instante.
El gran nahual se alejó y, tras unos minutos, volvió llevando consigo un cerdo, tres gallinas y dos borregos de raza, los más oscuros de la región. Dejó caer estas criaturas a los pies de Felipe y le dijo:

Hemos concluido. Vamos al pueblo para que las puedas vender.
Impresionado, Felipe observó cómo esas criaturas parecían estar en un sueño profundo. En las primeras luces del amanecer, Manuel volvió a transformarse en humano.

Agradecido por esa noche, Felipe le dijo:

Manuel, toma estos 50 pesos. Sé que es insuficiente y te ofrezco disculpas, ya que estas criaturas valen cien veces más.
Manuel, con amabilidad, respondió:

No te preocupes. Con que guardes mi secreto, estoy más que compensado.
Ese día vendieron las criaturas, y comieron y bebieron hasta saciarse. Pasaron meses, y en una ocasión, la noche alcanzó a Felipe, quien venía con su rebaño de borregos. Debido a las intensas lluvias, debía esperar a que el nivel del agua descendiera para cruzar el río. A las 2 de la madrugada, los animales, nerviosos, se negaban a avanzar; solo miraban al cielo y se dejaban caer al suelo.

Felipe pensó:

Seguramente, alguna criatura está cerca, o peor aún, quizás sea una bruja. Temo que busquen la sangre de mis animales. Será mejor que pasemos la noche aquí y, al amanecer, continuaremos nuestro camino.
Sentado, cuidando a los animales, Felipe escuchó a lo lejos el pesado caminar de una criatura. Atento, notó que unas bolas de fuego se acercaban. En un silencio absoluto, algo cayó en el árbol donde se escondía Felipe: una criatura grande y pesada que emitía sonidos aterradores.

Rápidamente, Felipe trazó un círculo en el suelo, dibujó dos triángulos en su interior y clavó en el centro su navaja de plata. Del árbol cayó una especie de ave, parecida a una lechuza pero con un collar de cristales. La criatura se transformó gradualmente en una bella mujer de unos 16 años, que suplicó con voz suave:

Por favor, déjame libre. Robo para que la gente de mi pueblo no muera de hambre. No soy mala, no soy una bruja pactada. Soy una bruja que tuvo dos opciones: morir de hambre o elegir este don para sobrevivir. Solo quería algunos de tus animales para aliviar el hambre de mi pueblo.
Ante esto, Felipe respondió:

No te soltaré. Cuando amanezca, los rayos del sol te matarán o, mejor aún, te entregaré al pueblo para que hagan justicia con sus propias manos.
La bruja, aterrada, suplicó:

Por favor, libérame. Ya está por amanecer, y si muero, mi familia se morirá de hambre. No soy mala, y para que veas que no miento, en esos árboles están mis amigas esperando por mí. Si no fueran buenas, ya estarías muerto. Hacemos esto por necesidad.
Compadeciéndose, Felipe la liberó, y en ese momento, cinco lechuzas salieron volando, perdiéndose en la oscuridad del bosque. Han pasado varios años desde estos eventos, y el viejo Felipe sigue vivo. Es mi abuelo, y él autorizó compartir sus experiencias. Soy nativo de un rancho en el estado de Guerrero. 

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