Capítulo 22

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Después de jugar un rato con Hugo, el primo de Chiara, las dos chicas habían decidido hacer un pequeño tour por la Ciutadella.

Allí, como en toda España, el atardecer comenzaba a aparecer sobre las cinco. Así que habían decidido ir a la playa con unas toallas. Aunque más que decidido las dos, Chiara lo había propuesto y Violeta no le había dicho que no.

En cuanto llegaron, se sentaron encima de las toallas. Hacía bastante frío, por lo que las dos llevaban un gorro, dos capas de abrigo y una bufanda que les tapaba la mayoría de la cara. Pero aún podían ver un poco de la sonrisa de la otra y mirarse a los ojos, los cuales gritaban su amor por la otra.

Se quedaron en silencio, viendo como esa gran llamarada naranja y roja se escondía por el horizonte. Al estar al lado del mar, se podían escuchar las olas romperse, lo que lo hacía un poco más bonito.

Violeta agarró su mano, viendo lo roja que estaba por el frío y la metió en su bolsillo, tratando de darle calor porque, efectivamente, estaba muy fría.

— Se me ha roto la cremallera de ese bolsillo — respondió ante la mirada interrogante de Violeta.

Esta le respondió asintiendo y trazando dibujos sin sentido con el dedo gordo en el dorso de la mano.

Se quedaron un rato más en silencio. Hasta que el sonido de un trueno se escuchó. De repente el cielo se había cubierto de nubes negras que amenazaban con llover.

Y, entonces, la primera gota calló seguidas de muchas más. Empezaron a correr por las calles, sintiendo el agua correr por todo su cuerpo. Cuando se cansaron, Chiara paró y se quitó el gorro de la cabeza, sintiéndolo mojado.

Se rieron y la pelinegra empezó a dar vueltas, sintiendo la lluvia acariciar su cara. Lo están disfrutando un montón ese momento. En Barcelona casi no llovía, por lo que adoraba cuando eso ocurría, aunque no fuera en el mismo lugar.

— Vamos, Chiara, que nos vamos a resfriar — dijo Violeta, pero en verdad no quería que parara, le encantaba ver a Kiki así de libre, así de... feliz.

La pelinegra paró de girar y se acercó a Violeta, puso sus manos en sus hombros e, inconsciente, la pelirroja las puso en su cintura.

— Siempre he querido hacer esto — dijo, sonriendo.

— ¿El que? ¿Correr bajo la lluvia? — preguntó, viendo como el cambio de temperatura causaba que al hablar sacaba vaho.

Chiara negó, antes de decir: — Esto.

Paso sus manos a su nuca y la atrajo en un beso digno de película. De vez en cuando se les colaba una gota en el beso, pero cada vez que pasaba, se sonreían en él.

Cuando acabaron de besarse, se miraron a los ojos, tratando de buscar los secretos en los otros.

— Ahora sí, vámonos — agarró la mano de una embobada Violeta y volvieron a correr entre las calles hasta la casa de la pelinegra.

Allí, Ruslana las esperó con una pequeña bronca. Se arrepintieron un poco al principio por no avisar pero después, al mirarse a los ojos y recordar ese beso bajo la lluvia, se les pasó.

Lo volverían a repetir treinta veces más y no lo cambiarían por nada.

Se ducharon, para tristeza de Chiara, por separado y mientras esta se duchaba, Violeta se quedaba en su cama, tocando la guitarra sin tener ni idea.

Acariciaba las cuerdas, haciendo que estas sonaran sin seguir ninguna pauta. Un rato más tarde, dejó la guitarra a un lado justo cuando salió Chiara del baño de su habitación.

My DarlingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora