Capítulo 34

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— No quiero saberlo. — dijo sin pensar.

El silencio reinó la habitación. La mirada incrédula de Denna se clavó en ella como si no pudiera entender lo que acababa de escuchar.

Violeta, por otro lado, mantenía una mirada serena, una cara sin un ápice de sentimiento. Ni bueno, ni malo, lo que continuaba siendo una incognita para Denna.

— ¿Qué? ¿Por qué...? — empezó a hablar, tratando de comprender en su cabeza el por qué la estaba abandonando de ese plan sin siquiera escucharlo.

Violeta se siguió mostrando inflexible, aún con la mirada de súplica de su amiga.

— Aina se suicidó. Punto. No quiero saber nada más. — Las palabras de su amiga le dolieron a la rubia más de lo que quisiera admitir. — No necesito saber nada más.

— Pero... Vio... — suplicó Denna, intentando tocarla, pero esta se apartó, dando un paso atrás.

— Vete, Denna.

La rubia resopló, dejando clara su postura hacia la negativa de la pelirroja. Agarró su bolso y su chaqueta, enfadada y caminó hasta la puerta.

En cuanto escuchó a la rubia dando un portazo, Violeta se sentó en el sofá ya que no creía que sus piernas pudieran darle el soporte que necesitaba en ese momento.

Suspiró, dejando libre todo ese aire que no sabía en qué momento había retenido y se llevó una mano a la cabeza, intentando tranquilizarse.










La carcajada que soltó resonó por toda la cocina.

Estaba sentada encima de la encimera, controlando el tiempo que tardaba en calentarse la sopa mientras hablaba con Chiara por teléfono.

— De verdad, dejo a Ruslana en el aeropuerto y voy a tu casa. — Violeta mordió su labio, intentando controlar la sonrisa que le salía al escuchar a su novia.

— Cariño, te creo, pero intenta no hacerle nada a mi coche. — respondió, volviendo a reírse por el resoplido que soltó la pelinegra al otro lado de teléfono.

— Que sí, pesada. Te dejo, que Ruslana quiere que le ayude a cerrar su maleta. — se despidió, viendo como la pelirroja le hacía señales desde la puerta de su habitación.

En ese momento sonó el timbre de su casa, cortando el buen ambiente que sentía dentro de su casa. Confundida, miró la hora en el reloj que colgaba en frente suya. No esperaba a nadie y eso se le hacía más extraño.

— Si, yo también que acaban de llamar a mi puerta. — se bajó de la encimera y apagó el fuego.

— Si es una amante, dile que me guarde sopa, porfi, que a ti te sale genial. — sonrió, aliviando el momento. 

— Yo se lo digo, no te preocupes. — caminó hasta la puerta y antes de abrirla se despidió de Chiara. — T'estimo, Kiki.

— Jo també, bebé. — antes de rebatirle sobre el apodo, colgó dejándola con la palabra en la boca.

Resopló y se rio, abriendo la puerta. 

Aunque la sonrisa disminuyó un poco al ver a la señora del tercero frente a ella. Jugaba con sus arrugados dedos, toquiteando el anillo de oro de su dedo anular. El cual le había regalado su difunto marido.

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