"¿Qué haces aquí?"
Fred todavía usaba el traje de la mañana. Un gris oscuro con líneas ceniza apenas perceptibles. Una corbata oscura contra un tono más claro de azul. Se veía muy bien. Marie pensó que complementaba muy bien su cabello pelirrojo, y se preguntó si había algo de teoría del color en las elecciones de Fred de esa mañana.
"Pensé que podríamos salir a cenar"
Ella frunció el ceño.
"¿De qué estás hablando?"
Fred se encogió de hombros.
"Hay un lugar muy bueno en el Callejón" la miró tranquilamente.
Sus sentidos estaban alerta. Era como estar en el campo, volando a diez metros del suelo y un movimiento en falso podía resultar letal. Casi aguzó el oído para calcular el factor viento.
"Sigo sin entender"
"Es sólo una cena, Marie" le dijo él desenfadado.
Cuando ella no contestó, Fred siguió hablando.
"Podría ser bueno que nos vieran en público teniendo una cena como personas normales"
Ella quería argumentar que no era de salir, que no lo había hecho en los últimos años, apenas lo hacía para celebrar las victorias de las Arpías, y claro, cuando una de sus amigas estaba de cumpleaños y asistía a las cenas y celebraciones.
¿Salir a cenar? Era algo que no hacía hace mucho tiempo.
Entrenar. Dormir. Comer. Su vida era un ciclo de aquello que era necesario para ella. De aquello sin lo cual no podía vivir.
Sin embargo, había algo más. Era el esfuerzo adicional. Era lo peligroso que sentía algo tan mundano como ir a cenar con él. La sola idea de sentarse con Fred en una mesa poco iluminada en un restaurant romántico y delicioso activaba sus instintos de huida.
"Estoy sudada" puntualizó.
"Estoy seguro de que en algún lugar podemos encontrar uno de esos maravillosos aparatos que la gente llama ducha"
"No tengo... No tengo ropa" miró detenidamente el traje precioso y caro que llevaba Fred. "Como para ir a cenar" agregó.
"Podemos volver a casa y luego salir"
A casa. No a tu casa. La forma en la que hablaba...
"No tengo ganas" le espetó y se quedó ahí, mirándolo. "En realidad solo quiero irme a mi casa"
Lo dijo para recordarle la realidad. Porque Fred parecía olvidar que todo aquello era una mentira. Si lo hacía exclusivamente para sacarla de quicio o porque estaba infinitamente aburrido, Marie no lo sabía, pero ella no se iba a dejar arrastrar a una fantasía.
Lo dijo de esa forma para recordarle que era su casa. No la de él. No la de ellos. No había un nido acogedor al cual llegar. Solo una fortaleza que había diseñado para su uso personal y conveniencia.
"Vale" dijo Fred.
"Ve tú" le dijo ella.
Fred levantó las cejas un poco. La sonrisa bufona reptó a su rostro.
"Si no te conociera tan bien, diría que estás tratando de deshacerte de mí, Mar"
¿Y qué creía? Claro que estaba tratando de deshacerse de él. Tendría suerte si Fred decidía ir a cenar después de todo y darle un par de horas a solas en su propia casa. Ese día de entrenamiento era un deber tanto como era un escape.
"Veremos si tengo tanta suerte" masculló y se alejó de él de camino a los vestuarios, donde tenía guardadas sus cosas.
Era fácil olvidar. Marie sabía que la memoria no era nada sino frágil. Por eso se aferraba a sus recuerdos como si la vida se le fuese en ello.
Había sido muy feliz con Fred. Él siempre había logrado ponerle los nervios de punta, pero eso nunca fue algo malo. Marie disfrutaba de la provocación. Le encantaba.
Pero no olvidaba por qué habían terminado. No olvidaba el abandono, el distanciamiento, la forma en que la hizo sentir, como si su amor fuese una carga que lo hundía cada vez más en aguas profundas, cómo se sentía demasiado y a la misma vez nunca suficiente, y sobre todo, cómo ella había estado a punto de dejarlo todo por él, todo lo que ella quería.
Durante la primavera del noventa y nueve, Marie fue aceptada en la Escuela Alemana de Vuelo, con una subvención aprobada del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos, ya que para entonces el Ministerio había comenzado a invertir nuevamente en el deporte como una forma de incentivar la reconstrucción del mundo mágico después de la guerra. Partiría en agosto.
No cabía en sí con la noticia. En Alemania estaban los mejores instructores, los más innovadores, refinados y metódicos. Estaban desarrollando nuevas técnicas de vuelo y estudiando la aerodinámica de nuevos tipos de madera para las escobas, y Marie sabía que solo había un salto desde ahí al Quidditch profesional. Que una vez terminado su entrenamiento en la EAV, los equipos de Quidditch de Inglaterra se pelearían por tenerla en su plantel.
Pero eso significaba pasar un año separada de Fred. Tendría que irse a Alemania, pues las fronteras mágicas internacionales no le permitirían aparecerse de Londres a Naumburgo todas las mañanas y tardes durante un año. Tendría que irse, y la mataba, pero era algo con lo que había soñado desde que era cazadora en el equipo de Ravenclaw cuando tenía catorce años.
No fue. Se quedó en Inglaterra, porque Fred se lo había pedido.
Y luego, antes de que terminara el otoño, terminó con ella.
Marie nunca pudo odiarlo del todo por esa decisión. Precisamente porque la decisión fue de ella. Fred se lo pidió, tomándole la mano y con la frente agachada como en una plegaria, pero fue ella la que tomó la decisión de quedarse con él.
Porque no soportarían la distancia. Porque venían saliendo de una guerra, y tendrían el resto de sus vidas para averiguar qué harían con ellas. Porque después de tanto correr y luchar, querían estar tranquilos, juntos.
Era difícil recordar esos argumentos como viniendo de una sola persona. Durante aquellos años, parecía que cuando Fred hablaba, lo hacía por los dos. Marie no podía, genuinamente, recordar cuáles eran motivos que le había dado Fred y cuáles se había inventado ella misma.
La cuestión es que estuvo de acuerdo. Se quedó. Rechazó la vacante y la subvención y años más tarde se enteró de que su rechazo había hecho correr la lista y una joven talento recién egresada de Beauxbatons había entrado porque ella no lo hizo. Inger Dassler.
Era una decisión que le pesó durante cinco años y no tenía señales de ceder. Una decisión y un arrepentimiento que le hizo aprender una lección muy dura: estaba sola, y tenía que cuidarse a sí misma. No había nadie más.
En ese momento, estuvo dispuesta a dejar ir todo, el sueño de su vida, por él.
Nunca más. Se lo había prometido. Nunca más, por nadie.
Aquella noche, Fred no llegó al departamento. Marie agradeció la soledad, pero notó más que nunca el silencio.
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recién casados • fred weasley fanfiction
FanfictionFred y Marie se reencuentran años después de haber terminado su relación y creen que ir por un par de tragos para recordar viejos tiempos es una buena idea. Algo inocente. Es una pésima idea. Al día siguiente, Fred y Marie despiertan juntos, en la...