14. omelette

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"¿Desde cuándo cocinas?" le preguntó con un dejo de recelo que no pudo evitar.

Fred sonrió mientras le agregaba sal a los huevos.

"Uno tiene que aprender a sobrevivir, ¿no?"

Marie frunció el ceño. Cuando ella vivía con Fred y George, sobrevivir significaba algo muy distinto. Ninguno de los dos se preocupaba de cocinar. Ninguno de los dos se preocupaba de nada que no fuera la tienda, en realidad. Marie se encargaba del desayuno y la cena, y almorzaban cualquier cosa que pudiesen comprar de los restaurantes del Callejón Diagon y que hicieran reparto por lechuza. A veces, muchas veces, entre medio del caos de la tienda, ni si quiera almorzaban.

Ella se preocupaba de la limpieza, también. George protestó los primeros meses, demasiado avergonzado de que Marie viera su ropa interior, pero ella insistía en que todo lo que hacía era tirar el canasto completo en la lavadora y echarla a andar. Así, Marie se hizo cargo de todo. Se ocupaba de que hubiese loza limpia, ropa limpia, sábanas frescas y planchadas... Durante esos años, suponía que si Fred y George la dejaban vivir con ellos y no le cobraban un solo galeon, lo mínimo que podía hacer era ayudar.

Años después pensó que habría sido mejor conseguirse un trabajo, aportar a las cuentas y dividir las tareas, pero en ese tiempo era tan feliz haciéndole la vida más fácil a Fred durante un periodo tan difícil, que jamás se le habría ocurrido.

"Jamás lo hubiese pensado de ti" murmuró.

Él asintió.

"Después de que te fuiste" dijo él con cuidado, "yo aprendí a cocinar y George a mantener la casa"

"Escuché que George se mudó" le dijo para cambiar de tema. No quería escuchar nada sobre lo que había ocurrido cuando ella se fue. George, en cambio, era un tema seguro.

"Hace un par de años" le contó mientras servía dos omelettes que no tenían nada que envidiar a los que Marie había probado en restaurantes.

Le dejó uno frente a ella. Marie buscó con la mirada un tenedor mientras Fred se giraba para abrir un cajón y dejarle uno junto al plato.

"¿Cómo ha sido eso?"

"¿Vivir sin George?" preguntó como si el tema le diese para hablar mucho rato. "Liberador. Aburrido. Solitario. Muy liberador..."

Solitario. Marie no se lo creía ni por un minuto. Todo el mundo sabía que Fred nunca había tenido problemas con las chicas. Ni con la gente en general, en realidad. En el colegio, siempre estaba rodeado de alguien, incluso cuando esa persona no era George. Tenía muchos amigos, y era tan encantador que siempre encontraba la forma de terminar coqueteando con cualquiera que cayera en sus redes de miel y sonrisas.

"¿Volverías a compartir piso con él?"

"Por Merlín, no" respondió de inmediato. "Amo a George, pero con los años solo se ha puesto más quisquilloso. Creo que veintitrés años juntos fueron más que suficientes"

"¿Por qué no te has ido de aquí?" le preguntó sin levantar la mirada de su omelette.

Cuando Fred no le respondió, Marie alzó la vista.

Él estaba haciendo lo que ella no se había atrevido: estaba mirando el departamento.

No se había atrevido, porque no quería averiguar con qué fantasmas se encontraría una vez que lo hiciera. No quería revivir ni uno solo de los momentos que había pasado ahí. No quería pensar en lo mucho que aquel lugar significaba para ella.

Pero Fred lo hacía. Lo veía en su rostro. En su mirada cargada de anhelo, aunque eso desapareció cuando se dio cuenta de que ella lo estaba mirando.

"Demasiados recuerdos" terminó por decir. "¿Cómo podría dejarlos?"

¿Cómo podía no hacerlo? Marie estaría trepando por las paredes si viviera ahí.

"¿Qué tal el entrenamiento?" le preguntó, y cuando movió las manos para buscar el pimentero, la argolla dorada reflejó la luz y captó su atención.

Esas preguntas tan normales, tan cotidianas... Recordar la mentira de todo aquello era lo que la mantendría a flote.

"Bien" se limitó a contestar.

"Te vi con Inger Dassler" comentó.

"¿Conoces a Inger?"

Fred puso los ojos en blanco.

"Dame algo de crédito, Marie. Mi hermana juega en el equipo"

Claro. Ella lo sabía. Tenía esa información en la mente, compartimentada quién sabía dónde, solo que no tenía las conexiones todo el tiempo en el frente.

"¿Ves los partidos?" le preguntó.

"No me los pierdo" le contestó con un brillo curioso en la mirada. "Inger tiene unas estadísticas de miedo. Un porcentaje de atajadas cercano al ochenta por ciento. No se le va nada, ¿eh?"

"Sabe volar muy bien" comentó con una amargura que él no entendería.

"Y que lo digas" continuó. "Y un ojo envidiable, además. Siempre calcula muy bien la trayectoria de la Quaffle. Sabe perfectamente hacia dónde lanzarse. Creo que su récord es de veintisiete atajadas en un solo partido, si no me equivoco"

"Veo que eres un fanático"

Él sonrió lentamente.

"Ah, no te pongas celosa, Mar. También sé tus estadísticas"

Ella puso los ojos en blanco, empujándose lejos del mesón.

"Como si me importara"

"Las sé, Marie" insistió. "Un promedio de ocho mil quinientos metros recorridos por partido. Treinta y dos por ciento de tiempo en posesión de la Quaffle. Setenta y ocho por ciento de aciertos al aro central. Cincuenta y dos a los laterales. El derecho te cuesta más"

Reconoció que no esperaba tanto. ¿Por qué Fred sabía todo eso? Ella se sabía sus propios números de memoria, claro. Eran marcas que constantemente trataba de superar. Eran los números que estaba empecinada en cambiar. ¿Pero a él qué le importaban?

"¿Eso debería impresionarme?"

"No. Debería impresionarme a mí"

Ella no se lo preguntó. Nunca le preguntaría eso.

"Lo hace, Mar. Impresionarme, me refiero. Mucho"

"¿Por qué tan impresionado?" dijo casi sin el tono de pregunta. Más como un cuestionamiento en voz alta. "Incluso en el colegio te pateaba el trasero en el Quidditch"

"Sí" estuvo de acuerdo él. "Me alegra nunca haber jugado de guardián. Todavía recuerdo el día en que le metiste tres tantos seguidos a Oliver Wood. Creí que se ahogaría a sí mismo en las duchas después del partido"

Marie sonrió ante el recuerdo.

"Tienes a tu equipo en excelente forma" afirmó.

Se preguntó si aquello sería una prueba de cómo sería llevar una relación cordial con Fred Weasley. ¿Hablarían del Quidditch y de sus estadísticas en el campo? ¿Comerían omelette en el mesón de la cocina? ¿Fred le mostraría ese disco que seguía sonando en el estéreo de su habitación?

"Gracias" dijo ella, temiendo con todo su corazón que aquello fuera el inicio de algo nuevo.

recién casados • fred weasley fanfictionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora