33. debilidad

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¿Por qué coño le había dicho eso? Fred se lo preguntó toda la maldita mañana.

«Soy tuyo, Marie. Soy tuyo»

Joder, qué tremendo gilipollas que era. Tenía suerte de que Marie no le hubiese dicho nada al respecto. Luego de correrse alrededor de él (un recuerdo que todavía le erizaba la piel) Marie se bajó de la encimera, recogió su ropa y se metió a la ducha, al igual que la última vez.

Y al igual que la última vez, Fred no recibió una invitación a unirse.

Así que se transportó a su departamento, se dio una ducha rapidísima y volvió antes de que Marie hubiese salido del baño, porque la última vez la había dejado sola, pero decidió que ya era hora de dejar de darle tanto espacio.

Dudó, porque se le había salido esa gilipollez mientras estaban follando, y pensó que una buena forma de contrarrestarlo sería dejarla sola aquella noche. Pero no quería. No quería dormir sin ella. Maldita sea, le daba todo el espacio que quería, le buscaba formas de salir de ese matrimonio, la dejaba seguir peleando con él a cada oportunidad que pillaba, pero no quería dormir solo. Ya no.

Su punto medio fue fingir estar dormido cuando Marie salió de la ducha.

«Estoy aquí» quiso decir con esa movida. «Estoy aquí, pero te doy tu espacio».

Cuando sintió el cuerpo de Marie deslizarse dentro de la cama, una tensión que no sabía que acumulaba se disipó en su pecho.

Dedicó toda la mañana siguiente a sentirse un idiota. George se dio cuenta de su humor de cabizbajo, y lo picó un poco para tratar de sacarle información, pero Fred no tenía ganas. Le había prometido a su hermano que sabía lo que hacía al fingir un matrimonio con Marie Mercier, pero supo desde el principio que era una promesa vacía. A lo que no se animaba era a reconocerlo en voz alta.

Porque sabía muy bien por qué había dicho eso. Le había dicho a Marie que era suyo porque era verdad. Lo supo desde el momento en que entró a la bodega de la tienda a pedirle ese favor un par de meses atrás. Lo supo durante cinco años, cuando trataba de perderse en otros ojos, en otras piernas, cuando se envolvía en otros aromas que no fueran el de ella. Lo supo la noche que entró al bar donde las Arpías estaban celebrando y la vio sentada a la barra.

Y se le salió. Ahí, rodeado de sus brazos y sus piernas, de la suavidad de su piel, del ligero olor de su perfume, perdió completamente la razón y dejó que sus labios le dijeran lo que en su corazón sabía hace mucho tiempo.

Que era suyo.

«Cuando quieras. Siempre que quieras»

Dios. Quería meterse en un hoyo y no volver a salir. ¿A caso era un niñato cogiendo su primer polvo?

"¿Estás listo?" preguntó George asomándose por la puerta de la oficina.

Fred miró la hora: eran casi las siete de la tarde. Maldita sea.

"Sí" respondió, deseando haber tenido una excusa creíble.

Se transportaron juntos al estadio del Puddlemere, donde las Arpías jugarían de visita en un amistoso de cara al Europeo, al cual el Puddlemere también había clasificado.

"Por los pelos" le había dicho Marie hace un par de días. "Clasificaron por los pelos y se regodean como si hubiesen ganado el nacional".

recién casados • fred weasley fanfictionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora