5. calor

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Sortilegios Weasley seguía igual que hace cinco años. Una mano de pintura por aquí, unos estantes por allá... Pero prácticamente igual.

Marie evitaba pasar por ahí. Cuando tenía que ir al Callejón Diagon, prefería tomar rutas alternativas y callejones laterales para no pasar frente a la tienda de Fred. Durante cinco años convenció a todo el mundo para cambiar de trayecto, asegurando que tenía que pasar por una pluma nueva, o simplemente necesitaba un nuevo ejemplar de «Mi viaje con el
vampiro». Y sus amigos fingían que le creían cuando todos sabían el verdadero motivo para desviarse.

Que no soportaba pasar por la tienda.

Sin embargo, ahí estaba. Luego de haber echado a Fred de su departamento cuando mostró señales de querer quedarse a charlar con sus padres, le dijo que ni se le ocurriera pasarse por ahí, que ya había tenido suficiente de él para los próximos diez años.

La gente pasaba alrededor de ella para entrar en la tienda. Por algún motivo, sus pies no reaccionaban. No obedecían la orden de moverse.

Alzó la mirada al cartel anaranjado con letras doradas donde se leía el nombre de la tienda. Todavía recordaba cada trazo de su pincel y no podía creer que hubiese aguantado ya ocho años ahí desde aquella tarde de junio en que lo pintó.

Tomando una buena bocanada de aire, entró en la tienda.

El resplandor dorado lo bañaba todo, como siempre. Habían más estantes, más productos, más desorden. Cómo alguien se ubicaba en ese revoltijo de colores y luces era un misterio para ella. Luego pensó que quizás ese era el principal atractivo de la tienda.

Avanzó entre los estantes tratando de encontrar la registradora, con mucho cuidado de no activar ninguna broma que estuviera dispuesta ahí a modo de exhibición.

"¿Marie?"

Ella no podía negar que su voz fue un abrazo al corazón. George la miraba sorprendido, con una sonrisa en el rostro y los brazos abiertos. Muy a su pesar, siguió su primer instinto y caminó hacia su abrazo. George la estrechó y ella podía escuchar su risa amortiguada por su cabello.

Se apartaron, con las manos de George sobre sus hombros.

"¡Hasta que por fin te dignas a pasearte por aquí!" comentó. "No quiero ni saber dónde has conseguido tus artículos de bromas durante estos últimos años"

"¿Me creerías si te dijera que no compro artículos de bromas?"

"Me romperías el corazón. Preferiría que le compres a la competencia"

"Ustedes no tienen competencia"

George sonrió.

"Respuesta correcta. Como siempre, Mercier"

Marie sonrió. Durante un segundo, fue como si los últimos cinco años no hubiesen ocurrido. Luego recordó el motivo por el que estaba ahí.

"¿En qué puedo ayudarte?"

Ella desvió la mirada, y de repente hubiese preferido no encontrarse a George, porque no quería seguir dándole explicaciones a nadie.

"Estoy buscando a Fred"

George dejó salir un silbido.

"¿Así que tú eres el motivo por el que anda con los nervios de punta?" le preguntó.

"¿Disculpa?"

"Hace un par de días que viene estando muy nervioso. Más irritable que de costumbre. Desde que ganaron el Nacional"

Eso no la tranquilizó para nada. Si era posible, su ansiedad había aumentado hasta subírsele por la nuca.

"¿No tendrás algo que ver con el anillo que lleva el dedo?"

Marie se removió.

"Puede ser" terminó por decir.

George la miró, descaradamente divertido.

"Está en la parte de atrás. Siéntete en tu casa"

Dicho esto, la dejó para atender un cliente. Marie sabía a dónde tenía que ir. Sabía dónde probablemente encontraría a Fred. Revisaría la oficina primero y después la bodega, pero eso no significaba que estuviera en casa. Oh, no.

Tocó la puerta de la oficina y esperó a escuchar la voz de Fred del otro lado. Acercó su oído a la puerta, esperando oír el rasgueo de una pluma contra el pergamino o algo que le indicara que había alguien dentro.

Como no tuvo respuesta, se dirigió a la bodega. 

Abrió la puerta sin tocar antes. Ahí estaba Fred. Lo encontró levantando una caja hacia un estante superior. Llevaba una camisa blanca con los primeros botones sin abrochar que le marcaba sutilmente los bíceps al levantar los brazos hacia arriba. Tenía el rostro colorado y ligeramente sudado. Seguramente había estado moviendo cajas hace rato, y Marie recordó que siempre se había quejado de lo asfixiante que era el cuarto que usaban de bodega.

Pues sí, vaya que era asfixiante.

"Hola"

Fred se detuvo a la mitad con la siguiente caja, que se le cayó de las manos y golpeó el suelo con un ruido amortiguado. Una nube morada salió de la caja y se le metió en la nariz y la boca, haciéndolo toser.

"¿Marie?" le preguntó todavía agitado. "¿Qué haces aquí?"

A Marie le aliviaba tomarlo por sorpresa. Así, Fred no tenía tiempo de hacerse el encantador con ella.

"Tengo que hablar contigo"

"¿Qué, de qué flores vamos a usar para la ceremonia?" le preguntó mostrándole el anillo.

Vale, así que ya había tenido tiempo de recomponerse. Maravilloso.

Fred siguió subiendo cajas al estante, casi sin mirarla.

"Algo así" reconoció ella, cruzándose de brazos y apoyándose en el umbral de la puerta.

Él no la miraba. Marie se perdió un segundo en sus movimientos, rítmicos y acompasados, como si fuera una cuidadosa danza que requería precisión y toda su concentración.

Miró a su alrededor. Había estado en esa bodega antes. Cuando los gemelos la cargaron por primera vez en el verano del noventa y seis. En ese entonces había visto a Fred hacer exactamente lo mismo: recoger un montón de cajas del suelo y colocarlas en los estantes de arriba, mientras ella lo miraba desde una silla junto a la puerta, donde llegaba corriente de aire, con un granizado en la mano.

"¿No me vas a ayudar?" le había preguntado Fred a la mitad, quitándose el sudor de la frente.

"Tú eres el que decidió hacerlo sin magia" le había contestado ella, encogiéndose de hombros y dándole un sorbo al granizado. "Además, me gusta la vista"

Fred había sonreído y se había acercado a ella. Le había colocado las manos en las rodillas, subiendo por sus muslos y dándole un escalofrío incluso en el calor del pequeño cuarto, y le había dado un beso con sabor a frambuesa para ambos.

"¿Tienes un minuto?" le preguntó, y luego de darle una rápida mirada, Fred asintió con la cabeza.

Pasó junto a ella hacia el pasillo, en dirección a su oficina. Ya no habían escalofríos ni besos con sabor a frambuesa.

recién casados • fred weasley fanfictionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora