8. la otra cara de la moneda

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Los golpes insistentes en la puerta solo podían pertenecer a una persona.

"Adelante, Ginny"

Fred sabía que tarde o temprano tendría que lidiar con su hermana pequeña. Ginny no se quedaría sentada al recibir la noticia de que su hermano se había casado con Marie Mercier, su capitana, compañera de equipo y amiga de hace muchos años.

Ginny iba a querer la historia completa, y estaba en su oficina para recibirla.

"¿Quieres explicarme qué carajos significa esto?" le preguntó tirando un ejemplar de El Profeta sobre el escritorio.

La prensa trabajaba rápido. Fred recordó los tiempos en que en el periódico no se podía leer más que mentiras o tragedias, y supuso que era un poco un alivio el hecho de que pudiesen tener tiempo de escribir estupideces.

"Queríamos decírtelo, Ginny..."

Este era el momento en el que le regalaba la historia que Marie y él habían ensayado.

"¿Queríamos?" le preguntó con los ojos encendidos. "No me vengas con esas mierdas, Fred. ¿Desde cuándo hablas por Marie?"

"Desde que es mi esposa"

Su hermana parecía un gato salvaje. Se dio un par de vueltas frente a él, todavía furiosa, y Fred sonrió ante la obviedad de que Ginny siempre sería su consentida. Siempre sería su favorita. Tenía una fiereza que ninguno de sus hermanos podía si quiera imitar.

Estaba enfadada. Fred la entendía. Desde que se hizo lo suficientemente mayor para ganarse el derecho de ser incluida en cosas que antes le negaban, Ginny se había abierto camino entre sus hermanos mayores a punta y codo. Su relación con Marie no había sido la excepción. Tal vez Fred se había equivocado con eso, pero ya estaba hecho. Ginny amaba a Marie, y cuando terminaron, fue la que más lo resintió.

"Estás de joda"

Fred levantó la mano para mostrarle el anillo.

"Marie te dará todas las explicaciones que le pidas"

"No"

"¿Por qué estás tan testaruda? Creí que Marie te caía bien"

Eso era suavizar las cosas. Por supuesto que Ginny amaba a Marie. 

"Porque eres un gilipollas, y esto me huele a gato encerrado"

Fred puso los ojos en blanco.

"¿Qué quieres decir con eso?"

"Quiero decir que todo esto me parece extrañísimo. Y quiero que me digas la verdad"

Era más fácil descartar a Ginny cuando eran pequeños y la diferencia de edad era más evidente. Ahora, en cambio, él con veintiséis y ella a punto de cumplir los veintitrés, era difícil simular que él sabía mucho más que ella.

"La amo, Gin" se encogió de hombros. "Nunca dejé de amarla"

"Marie te odia" replicó. "Huye cada vez que te ve. ¿Sabes lo difícil que ha sido organizar mis cumpleaños?"

"¿Qué quieres que te diga?" le preguntó reclinándose hacia atrás en su silla. "No queríamos contar nada hasta estar seguros. Pues ahora estamos muy seguros. Si todavía tienes dudas, ve con Marie. Ella te contará todo"

Ginny no estaba convencida. Lo veía en su mirada. Iba a pelearle este asunto hasta que averiguara toda la verdad, pero a Fred le dio lo mismo. Él no dejaría ver nada.

Ella se cruzó de brazos.

"No sé qué crees que estás haciendo con Marie, pero más te vale no meter la pata de nuevo"

No tuvo tiempo de responder. Entre la salida intempestiva de Ginny y el dolor que sus palabras le provocaron en el pecho, Fred se quedó mudo.

De nuevo.

George apareció en la puerta antes de que Ginny hubiese desaparecido del todo por el pasillo. Siguió la silueta de su hermana con la mirada hasta que Fred escuchó la campanilla de la puerta de entrada.

"¿Qué tal te fue?"

"Pudo ser peor" respondió Fred.

Su hermano negó con la cabeza mientras sonreía. Se apoyó contra el marco de la puerta.

"¿Estás seguro de lo que estás haciendo?"

"Es Mar" respondió él como si eso lo dijera todo.

"Por eso te lo pregunto"

Fred se miró las manos. Tenía cicatrices por todas partes de antiguos experimentos de bromas y productos, sobre todo de aquellos que involucraban pirotecnia, y podía recordar cada uno de los accidentes que se las habían dado.

Recordaba sobre todo aquellas historias que tenían a Marie en ella.

Esa en el índice, de cuando se pilló el dedo en el telescopio boxeador un segundo después de que Marie le dijo que tuviera cuidado.

Esa en la muñeca, de cuando se quemó haciendo palomitas picalengua, mientras Marie leía un libro en la mesa de la cocina.

Esa en la palma, en forma de estrella, cuando un fuego artificial de bolsillo explotó en su mano, incluso cuando Marie le dijo que no era buena idea manipularlo sin guantes.

Tenía la historia de su vida impresa en las manos, y esa historia inevitablemente la incluía a ella. Fred llevaba a Marie en la piel, y lo recordaba todos los días en todo momento, desde que se hacía el café por las mañanas hasta que se lavaba los dientes por la noche. En cada marca de su piel estaba ella ahí. 

"¿De qué quieres que esté seguro?"

"Solo de que sabes lo que haces"

Fred lo pensó. ¿Sabía lo que hacía? No. Claro que no. Solo sabía que había metido a Marie en un enredo, y eso era lo último que habría querido. Así que cuando ella llegó a su oficina y le pidió un favor en contra de todos sus instintos, en contra de su orgullo y de su voluntad, ¿cómo podía negárselo?

No podía. No podía negarle nada a Marie. Incluso si ese problema en el que estaban metidos no hubiese sido su culpa, Fred estaba seguro de que se habría metido hasta el cuello para solucionarlo, si ella se lo pedía. Era Marie, así de sencillo. No necesitaba más explicación.

Quizás ella se había sorprendido por la facilidad con que lo convenció. Quizás Fred debería haberse mostrado más reticente, más contrariado, solo para no mostrar su mano tan pronto, con tanta evidencia. ¿Pero qué importaba?

Lo único que importaba era ella. Y su sueño del campeonato europeo y luego el mundial. Fred no iba a ser un obstáculo en su sueño. No ahora. No nunca.

No de nuevo.

"Estoy seguro, Georgie"

recién casados • fred weasley fanfictionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora